Page 378 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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El novicio en la calle.— El canto religioso 367
cesidad, que no vaya volviendo la cabeza a derecha e izquierda, sino
ponga la vista allí donde pone sus pies, temiendo siempre el peligro
de la primera mirada y caminando con la atención ocupada en el re-
cuerdo de Dios. Devuelva el saludo [237] a todo el que le salude,
pero sin detenerse con nadie ni preguntarle cómo está. Guárdese bien
de esto, pues es muy difícil de evitar. Vaya apartando de su camino
todo lo que encuentre al paso y que pueda molestar a los demás: pie-
dras, zarzas o excrementos. Recoja del suelo cualquier trozo de tela
que encuentre y póngalo sobre el alféizar de una ventana, para que no
lo estropeen con los pies los transeúntes. Dirija al extraviado, ayude al
débil y tome sobre sí el fardo del que vaya cargado, pues todo eso le
incumbe como obligatorio. Cuando le saluden, salude él a su vez a
todo siervo santo de Dios, así en la tierra como en el cielo... Guárdate
de caminar de prisa; antes bien, anda despacio, aunque sin empaque,
pues ello te será más eficaz para conservar en tu alma el propósito de
servir a Dios. Si llevas alguna carga y quieres descansar, desvíate del
camino frecuentado por el público, a fin de no estorbar el paso.
Guárdate bien de asistir a las sesiones de canto religioso. Si tu
maestro te indica que debes asistir, asiste, pero no escuches lo que
se cante y ocúpate en el ejercicio de las jaculatorias, pues la audi-
ción de éstas te será más conveniente que la de los versos, principal-
mente porque son contados los casos en que el cantor no recita ver-
sos eróticos, y el alma al escucharlos se siente vivamente conmovi-
da y excitada. En cambio, si el cantor recita versos sobre la muerte u
otros temas que te inviten al temor de Dios, a la angustia espiritual,
a la tristeza y al llanto, tales como el recuerdo del infierno, lo ca-
duco de esta vida, la muerte y sus agonías, la cuenta estrecha que
has de dar a Dios y las terribles escenas del juicio final, entonces
escucha atentamente y medita lo que oyes; y si, en tal caso, la emoción
te domina hasta el punto de privarte del sentido y te pones de pie en
ese estado de inconsciencia extática, tu erección no es tuya, pues
quien te ha hecho levantar ha sido no más la idea que Dios te ha
inspirado, sin intervención de tu parte; pero tan pronto como vuel-
vas en tí [238], siéntate inmediatamente y torna a tu postura y acti-