Page 142 - Confesiones de un ganster economico
P. 142
elclubdelsoftware.blogspot.com
—Quiero hacerle una pregunta, señor Perkins, si no es impertinencia. ¿Qué fue
lo que destruyó las culturas de los nativos de su país, los indios?
Contesté que eso se debió a muchos factores, entre ellos la codicia y la
superioridad de las armas de fuego.
—Sí, cierto. Pero por encima de todo, ¿lo que ocurrió no puede resumirse en la
destrucción del medio ambiente?
Y pasó a explicar cómo una vez extinguidos los bosques y los animales como el
bisonte, las culturas caen por la desaparición de sus fundamentos.
— Es lo mismo que puede pasar aquí, ¿comprende? —concluyó—. El
desierto es nuestro medio ambiente. El proyecto del Desierto Florido
amenaza con la destrucción de todo nuestro tejido social. ¿Vamos a
permitir que eso suceda?
Contesté que según tenía entendido, toda la inspiración del proyecto se la había
sugerido al sha su propio pueblo. El soltó una carcajada sarcástica y dijo que la
idea había sido implantada en el cerebro del soberano por la administración
estadounidense, y que el sha no era más que un títere de nuestras autoridades.
—Un persa auténtico jamás permitiría cosa semejante —dijo Yamin, y se lanzó a
una larga disertación sobre los vínculos entre su pueblo, los beduinos y el desierto.
Comentó que muchos iraníes habitantes de las ciudades pasaban en el desierto sus
vacaciones. Montaban tiendas con capacidad suficiente para toda la familia y se
quedaban viviendo en ellas una semana o más.
—Nosotros, mi pueblo, somos parte del desierto. El pueblo al que el sha dice
gobernar con su mano de hierro no se limita a ser del desierto. Nosotros somos el
desierto.
A continuación me contó varias anécdotas de sus experiencias personales en el
desierto. Concluida la velada, me acompañó hasta la salida. Mi taxi esperaba en la
calle. Yamin me estrechó la mano y me manifestó su agradecimiento por el tiempo
que le había dedicado. De nuevo hizo alusión a mi juventud y mi actitud abierta, y
al hecho de que mi posición le inspiraba esperanza de cara al porvenir.
—Celebro que haya concedido este rato a mi humilde persona —dijo
reteniendo mi mano—. Querría pedirle un favor más, uno solo. No es un capricho.
Se lo pido únicamente porque después de lo que hemos comentado esta noche me
consta que entenderá usted la importancia de la cuestión, y le permitirá comprender
otras muchas cosas. •
—¿En qué puedo complacerle?
— Me gustaría presentarle a un amigo mío, un hombre que le contará
muchas cosas de nuestro Rey de Reyes. Tal vez le chocará, pero le
prometo que no lamentará usted el tiempo que le dedique.
142