Page 144 - Confesiones de un ganster economico
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                            Hubo una larga pausa.
                            — El Sha de Shas, el Rey de Reyes. — El acento era más de tristeza que de
                         resentimiento—. He conocido en persona a muchos dirigentes mundiales.
                         Eisenhower, Nixon, De Gaulle. Ellos confiaron en mí para ayudar a conducir a este
                         país al capitalismo. El sha confiaba en mí, y yo...
                         —Emitió un sonido que pudo ser algo de tos pero yo interpreté como una risa
                         sorda—. Yo confiaba en el sha, creía en su retórica. Estaba convencido de que el sha
                         conduciría el mundo musulmán hacia una nueva época, de que Persia haría honor a
                         su compromiso, al que parecía nuestro destino... el del sha, el mío, el de todos los
                         que cumplíamos con el designio al que nos creíamos destinados.
                            El montón de mantas se movió, la silla de ruedas rechinó y giró un poco.
                         Nuestro interlocutor quedó recortado de perfil al contraluz. Vi la barba enmarañada
                         y entonces, sobrecogido, un rostro plano. ¡Le faltaba la nariz! Me estremecí y
                         contuve una exclamación.
                            — Desagradable espectáculo, ¿verdad, señor Perkins? Lástima que no pueda
                         verlo a plena luz. Es de lo más grotesco.
                            Una vez más aquella risa ahogada.
                            — Creo que comprenderá mi deseo de permanecer en el anonimato. Es obvio
                         que podría averiguar mi identidad si se empeñase en ello, pero quizá le dirían que
                         estoy muerto. Oficialmente, he dejado de existir.
                         Confío en que no lo intente usted. Es mejor para usted y para su familia seguir
                         ignorando quién soy. El brazo del sha y de la SAVAK es muy largo y llega a todas
                         partes.
                            La silla de ruedas rechinó y recuperó su posición anterior. Sentí un poco de
                         alivio, como si dejando de ver el perfil se remediase en algo la violencia infligida.
                         Por aquel entonces desconocía yo esa costumbre de algunas culturas islámicas. A
                         los individuos responsables de deshonrar o atraer la desgracia sobre la sociedad o
                         sus jefes, se les castiga cortándoles la nariz. De este modo, quedan marcados de por
                         vida, como bien demostraba el semblante de mi anfitrión.
                            —Sin duda se preguntará por qué le he invitado a venir, señor Perkins. —Sin
                         esperar contestación, el hombre de la silla de ruedas continuó—: Pues bien, ese
                         hombre que se hace llamar Rey de Reyes en realidad es un subdito de Satán. Su
                         padre fue depuesto por la CÍA, lamento decir que con mi ayuda, porque decían que
                         era colaborador de los nazis. Y luego sucedió el desastre de Mosaddeq. Hoy
                         nuestro soberano está superando a Hitler en los caminos del mal. Y lo hace con
                         pleno conocimiento y apoyo de su gobierno.
                            —¿Porqué?























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