Page 147 - Confesiones de un ganster economico
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La caída de un rey
U na tarde de 1978 estaba solo, sentado en el lujoso bar adosado a la
recepción del hotel Intercontinental de Teherán, cuando noté que alguien
me tocaba la espalda. Me volví. Era un iraní corpulento, en traje occidental.
—¡John Perkins! ¿No me reconoces?
—El ex futbolista había engordado muchos kilos, pero su voz era
inconfundible. Se trataba de Farhad, mi amigo de los tiempos de Middlebury.
Hacía más de diez años que no nos veíamos. Nos abrazamos y fuimos a
sentarnos a una mesa. Enseguida resultó evidente que él lo* sabía todo acerca
de mí y de mi trabajo, y no menos evidente que no iba a dejar que trasluciera
demasiado del suyo.
—Vayamos al grano —dijo después de pedir la segunda ronda de
cervezas—. Mañana me voy a Roma, donde viven mis padres. Tengo pasaje
para ti en el mismo vuelo. Aquí las cosas van a ponerse muy feas. Es mejor
que te marches.
Y me dio un billete de avión. Ni se me ocurrió poner en duda sus palabras.
Llegados a Roma, cenamos en casa de los padres de Farhad. Su padre, un
general iraní retirado que en una ocasión se interpuso en la trayectoria de una
bala para evitar que el sha muriese en un atentado, estaba muy desengañado
con su ex jefe. Dijo que en los últimos años el soberano había revelado su
auténtica manera de ser, su arrogancia y su codicia. Según el general, la
política estadounidense —en especial el apoyo incondicional a Israel, a los
líderes corruptos y a los gobiernos despóticos— era la causa del odio que
inundaba Oriente Próximo. Predijo que la caída del sha era cuestión de meses.
— Ustedes sembraron la semilla de esta rebelión a comienzos de los
años cincuenta, ¿sabe? Cuando derribaron a Mosaddeq. Eso les pareció
muy hábil entonces... y a mí también. Pero ahora las consecuencias caerán
sobre ustedes, mejor dicho sobre todos nosotros. 1
Quedé atónito ante estos pronunciamientos. Algo parecido me habían
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