Page 447 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                         En medio de ellos, alcancé a ver a Jonathan que se
                  abría paso por un lado hacia la carreta, mientras el señor Morris
                  lo hacía por el otro. Era evidente que tenían prisa por llevar a
                  cabo su tarea antes de que se pusiera el sol. Nada parecía po
                  der de tenerlos o impedirles el paso: ni las armas que les apun
                  taban, ni los cuchillos de los gitanos que estaban formados fren
                  te a ellos, ni siquiera los aullidos de los lobos a sus espaldas
                  parecieron atraer su atención. La impetuosidad de Jonathan y la
                  firmeza aparente de sus intenciones parecieron abrumar a los
                  hombres que se encontraban frente a él, puesto que, instintiva
                  mente, retrocedieron y lo dejaron pasar. Un instante después,
                  subió a la carreta y, con una fuerza que parecía increíble, levan
                  tó la caja y la lanzó al suelo, sobre las ruedas. Mientras tanto, el
                  señor Morris había tenido que usar la fuerza para atravesar el
                  círculo de gitanos. Durante todo el tiempo en que había estado
                  observando angustiada a Jonathan, vi con el rabillo del ojo a
                  Quincey que avanzaba, luchando desesperadamente entre, los
                  cuchillos de los gitanos que brillaban al sol y se introducían en
                  sus carnes. Se había defendido con su puñal y, finalmente, creí
                  que había logrado pasar sin ser herido, pero cuando se plantó
                  de un salto al lado de Jonathan, que se había bajado ya de la
                  carreta, pude ver que con la mano izquierda se sostenía el cos
                  tado y que la sangre brotaba entre sus dedos. Sin embargo, no
                  se dejó acobardar por eso, puesto que Jonathan, con una ener
                  gía desesperada, estaba atacando la madera de la caja, con su
                  gran cuchillo kukri, para quitarle la tapa, y Quincey atacó frenéti
                  camente el otro lado con su puñal. Bajo el esfuerzo de los dos
                  hombres, la tapa comenzó a ceder y los clavos salieron con un
                  chirrido seco. Finalmente, la tapa de la caja cayó a un lado.
                         Para entonces, los gitanos, viéndose cubiertos por los
                  Winchesters y a merced de lord Godalming y del doctor Seward,
                  habían cedido y ya no presentaban ninguna resistencia. El sol
                  estaba casi escondido ya entre las cimas de las montañas y las
                  sombras de todo el grupo se proyectaban sobre la tierra. Vi al
                  conde que estaba tendido en la caja, sobre la tierra, parte de la
                  cual había sido derramada sobre él, a causa de la violencia con
                  que la caja había caído de la carreta. Estaba profundamente
                  pálido, como una imagen de cera, y sus ojos rojos brillaban con
                  la mirada vengadora y horrible que tan bien conocía yo.
                         Mientras yo lo observaba, los ojos vieron el sol que se
                  hundía en el horizonte y su expresión de odio se convirtió en una
                  de triunfo.




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