Page 444 - Drácula
P. 444

Drácula de Bram Stoker


                  de hombres montados a caballo, que se apresuraban todo lo que
                  podían. En medio de ellos llevaban una carreta, un vehículo
                  largo que se bamboleaba de un lado a otro, como la cola de un
                  perro, cuando pasaba sobre alguna desigualdad del terreno. En
                  contraste con la nieve, tal y como aparecían, comprendí por sus
                  ropas que debía tratarse de campesinos o de guanos.

                         Sobre la carreta había una gran caja cuadrada, y sentí
                  que mi corazón comenzaba a latir fuertemente debido a que
                  presentía que el fin estaba cercano. La noche se iba acercando
                  ya, y sabía perfectamente que, a la puesta del sol, la cosa que
                  estaba encerrada en aquella caja podría salir y, tomando alguna
                  de las formas que estaban en su poder, eludir la persecución.
                  Aterrorizada, me volví hacia el profesor y vi consternada que ya
                  no estaba a mi lado. Un instante después lo vi debajo de mí.
                  Alrededor de la roca había trazado un círculo, semejante al que
                  había servido la noche anterior para protegernos. Cuando lo
                  terminó, se puso otra vez a mi lado, diciendo:
                         —¡Al menos estará usted aquí a salvo de él!—.

                         Me tomó los anteojos de las manos, y al siguiente mo
                  mento de calma recorrió con la mirada todo el terreno que se
                  extendía a nuestros pies.
                         —Vea—. Dijo: —Se acercan rápidamente, espoleando
                  los caballos y avanzando tan velozmente como el camino se lo
                  permite—. Hizo una pausa y, un instante después, continuó, con
                  voz hueca: —Se están apresurando a causa de que está cerca
                  la puesta del sol. Es posible que lleguemos demasiado tarde.
                  ¡Que se haga la voluntad del Señor! —.
                         Volvió a caer otra vez la nieve con fuerza, y todo el pai
                  saje desapareció. Sin embargo, pronto se calmó y, una vez más,
                  el profesor escudriñó la llanura con ayuda de sus anteojos. Lue
                  go, gritó repentinamente:
                         —¡Mire! ¡Mire! ¡Mire! Vea: dos jinetes los siguen rápida
                  mente, procedentes del sur. Deben ser Quincey y John. Tome
                  los anteojos. ¡Mire antes de que la nieve nos impida ver otra vez!

                         Tomé los anteojos y miré. Los dos hombres podían ser
                  el señor Morris y el doctor Seward. En todo caso, estuve segura
                  de que ninguno de ellos era Jonathan. Al mismo tiempo, sabía
                  que Jonathan no se encontraba lejos; mirando en torno mío, vi al
                  norte del grupo que se acercaban otros dos hombres, que galo
                  paban a toda la velocidad que podían desarrollar sus monturas.



                                             443
   439   440   441   442   443   444   445   446   447   448   449