Page 443 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  ramos atrás y vimos el lugar en que el altivo castillo de Drácula
                  destacaba contra el cielo, debido a que estábamos en un lugar
                  tan bajo con respecto a la colina sobre la que se levantaba, que
                  los Cárpatos se encontraban muy lejos detrás de él.
                         Lo vimos en toda su grandeza, casi pendiente sobre un
                  precipicio enorme, y parecía que había una gran separación
                  entre la cima y las otras montañas que lo rodeaban por todos
                  lados. Alcanzábamos a oír el aullido distante de los lobos. Esta
                  ban muy lejos, pero el sonido, aunque amortiguado por la nieve,
                  era horripilante. Comprendí por el modo en que el profesor van
                  Helsing estaba mirando a nuestro alrededor, que estaba bus
                  cando un punto estratégico en donde estaríamos menos expues
                  tos en caso de ataque. El camino real continuaba hacia abajo y
                  podíamos verlo a pesar de la nieve que lo cubría.
                         Al cabo de un momento, el profesor me hizo señas y, le
                  vantándome, me dirigí hacia él. Había encontrado un lugar mag
                  nífico; una especie de hueco natural en una roca, con una entra
                  da semejante a una puerta, entre dos peñascos. Me tomó de la
                  mano y me hizo entrar.
                         —¡Vea!—. Me dijo. —Aquí estará usted a salvo, y si los
                  lobos se acercan, podrá recibirlos uno por uno—.

                         Llevó al interior todas nuestras pieles y me preparó un
                  lecho cómodo; luego, sacó algunas provisiones y me obligó a
                  consumirlas. Pero no podía comer, e incluso el tratar de hacerlo
                  me resultaba repulsivo; aunque me hubiera gustado mucho po
                  der complacerlo, no pude hacerlo. Pareció muy entristecido. Sin
                  embargo, no me hizo ningún reproche. Sacó de su estuche sus
                  anteojos y permaneció en la parte más alta de la roca, exami
                  nando cuidadosamente el horizonte. Repentinamente, gritó:
                         —¡Mire, señora Mina!, ¡Mire! ¡Mire!—.
                         Me puse en pie de un salto y ascendí a la roca, dete
                  niéndome a su lado; me tendió los anteojos y señaló con el de
                  do. La nieve caía con mayor fuerza y giraba en torno nuestro con
                  furia, debido a que se había desatado un viento muy fuerte. Sin
                  embargo, había veces en que la ventisca se calmaba un poco y
                  lograba ver una gran extensión de terreno. Desde la altura en
                  que nos encontrábamos, era posible ver a gran distancia y, a lo
                  lejos, más allá de la blanca capa de nieve, el río que avanzaba
                  formando meandros, como una cinta negra, justamente frente a
                  nosotros y no muy lejos..., en realidad tan cerca, que me sor
                  prendió que no los hubiéramos visto antes, avanzaba un grupo



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