Page 439 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker



                                  Del diario del doctor Seward
                         5 de noviembre. Al amanecer, vemos la tribu de cíngaros
                  delante de nosotros, alejándose del río, en sus carretas. Se reú
                  nen en torno a ellas y se desplazan apresuradamente, como si
                  estuvieran siendo acosados. La nieve está cayendo lentamente
                  y hay una enorme tensión en la atmósfera. Es posible que se
                  trate solamente de nuestros sentimientos, pero la impresión es
                  extraña. A lo lejos, oigo el aullido de los lobos; la nieve los hace
                  bajar de las montañas y el peligro para todos es grande y proce
                  de de todos lados. Los caballos están casi preparados, y nos
                  ponemos en marcha inmediatamente. Vamos hacia la muerte de
                  alguien. Solamente Dios sabe de quién o dónde, o qué o cuándo
                  o cómo puede suceder...
                             Memorando, por el doctor van Helsing


                         5 de noviembre, por la tarde. Por lo menos, estoy cuer
                  do. Gracias a Dios por su misericordia en medio de tantos suce
                  sos, aunque hayan resultado una prueba terrible.

                         Cuando dejé a la señora Mina dormida en el interior del
                  círculo sagrado, me encaminé hacia el castillo. El martillo de
                  herrero que llevaba en la calesa desde Veresti me ha sido útil;
                  aunque las puertas estaban abiertas, las hice salir de sus goz
                  nes oxidados, para evitar que algún intento maligno o la mala
                  suerte pudieran cerrarlas de tal modo que una vez dentro no
                  pudiera volver a salir. Las amargas experiencias de Jonathan me
                  sirven.
                         Recordando su diario, encuentro el camino hacia la vieja
                  capilla, ya que sé que es allí donde voy a tener que trabajar. La
                  atmósfera era sofocante; parecía que había en ella algún ácido
                  sulfuroso que, a veces, me atontó un poco. O bien oía un rugido,
                  o me llegaban distorsionados los aullidos de los lobos. Entonces,
                  me acordé de mi querida señora Mina y me encontré en medio
                  de un terrible dilema.
                         No me he permitido traerla a este horrendo lugar, sino
                  que la he dejado a salvo de los vampiros en el círculo sagrado;
                  sin embargo, ¡había lobos que la ponían en peligro! Resolví que
                  tenía que hacer el principal trabajo en el castillo, y que en lo
                  tocante a los lobos deberíamos someternos a la voluntad de
                  Dios. De todos modos, eso significaría sólo la muerte y la liber
                  tad. Así es que me decidí por ella. Si la elección hubiera sido por




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