Page 437 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  me cogió una mano y me retuvo; luego, susurró, con una voz
                  que uno escucha en sueños, sumamente baja:
                         —¡No! ¡No! No salga. ¡Aquí está seguro!
                         Me volví hacia ella y le dije, mirándola a los ojos:
                         —Pero, ¿y usted? ¡Es por usted por quien temo! Al oír
                  eso, se echó a reír... con una risa ronca, e irreal, y dijo:
                         —¿Teme por mí? ¿Por qué teme por mí? Nadie en todo
                  el mundo esta mejor protegido contra ellos que yo.
                         Y mientras me preguntaba el significado de sus pala
                  bras, una ráfaga de viento hizo que la llama se elevara y vi la
                  cicatriz roja en su frente. Luego lo comprendí. Y si no lo hubiera
                  comprendido entonces, pronto lo hubiera hecho, gracias a las
                  figuras de niebla y nieve que giraban y que se acercaban, pero
                  manteniéndose lejos del círculo sagrado. Luego, comenzaron a
                  materializarse, hasta que, si Dios no se hubiera llevado mi cor
                  dura, porque lo vi con mis propios ojos, estuvieron ante mí, en
                  carne y hueso, las mismas tres mujeres que Jonathan vio en la
                  habitación, cuando le besaron la garganta.

                         Yo conocía las imágenes que giraban, los ojos brillantes
                  y duros, las dentaduras blancas, el color sonrosado y los labios
                  voluptuosos. Le sonreían continuamente a la pobre señora Mina,
                  Y al resonar sus risas en el silencio de la noche, agitaban los
                  brazos y la señalaban, hablando con las voces resonantes y
                  dulces de las que Jonathan había dicho que eran insoportable
                  mente dulces, como cristalinas.

                         —¡Ven, hermana! ¡ven con nosotras! ¡ven! ¡ven! —le de
                  cían.
                         Lleno de temor, me volví hacia mi pobre señora Mina y
                  mi corazón se elevó como una llama, lleno de gozo, porque,
                  ¡oh!, el terror que se reflejaba en sus dulces ojos y la repulsión y
                  el horror, hacían comprender a mi corazón que aún había espe
                  ranzas, ¡gracias sean dadas a Dios porque no era aún una de
                  ellas! Cogí uno de los leños de la fogata, que estaba cerca de
                  mí, y, sosteniendo parte de la Hostia, avancé hacia ellas. Se
                  alejaron de mí y se rieron a carcajadas, de manera ronca y ho
                  rrible. Alimenté el fuego y no les tuve miedo, porque sabía que
                  estábamos seguros dentro de nuestro círculo protector. No po
                  dían acercárseme, mientras estuviera armado en esa forma, ni a
                  la señora Mina, en tanto permaneciera dentro del círculo, que




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