Page 441 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
tan radiante y tan exquisitamente voluptuosa, que el mismo ins
tinto de hombre en mí, que exigía parte de mi sexo para amar y
proteger a una de ellas, hizo que mi cabeza girara con una nue
va emoción. Pero, gracias a Dios, aquel lamento prolongado de
mi querida señora Mina no había cesado todavía en mis oídos y,
antes de que el hechizo pudiera afectarme otra vez, ya me había
decidido a llevar a cabo mi terrible trabajo. Había registrado to
das las tumbas de la capilla, según creo, y como solamente ha
bía habido cerca de nosotros, durante la noche, tres de esos
fantasmas de muertas vivas, supuse que no había más muertas
vivas activas que ellas. Había una gran tumba, más señorial que
todas las demás, enorme y de nobles proporciones. Sobre ella
había escrita una sola palabra: DRÁCULA
Así pues, aquella era la tumba del Rey Vampiro, al que
se debían tantos otros. El hecho de que estuviese vacía fue lo
suficientemente elocuente como para asegurarme de lo que ya
sabía. Antes de comenzar a restaurar a aquellas mujeres a su
calidad de muertas verdaderas, por medio de mi horrible trabajo,
dejé una parte de la hostia sagrada en la tumba de Drácula,
haciendo así que la entrada le fuera prohibida y que permanecie
ra eternamente como muerto vivo.
Entonces comenzó mi terrible tarea, y tuve horror de
ella. Si solamente hubiera sido una, no resultaría difícil, relativa
mente. Pero, ¡eran tres! Tenía que recomenzar dos veces des
pués de haber llegado al colmo del horror. Puesto que si fue
terrible con la dulce Lucy, ¿cómo no iba a serlo con aquellas
desconocidas, que habían sobrevivido durante varios siglos y
que habían sido fortalecidas por el paso de los años? Si pudie
ran, ¿lucharían por sus horrendas vidas…?
¡Oh, amigo John, era un trabajo de carnicero! Si no me
hubiera dado ánimos el pensar en otros muertos y en los vivos
sobre los que pesaba un error semejante, no habría podido ha
cerlo. No ceso de temblar todavía, aunque hace tiempo ya que el
trabajo ha concluido. Gracias a Dios, mis nervios no me traicio
naron. Si no hubiera visto el reposo en primer lugar y la alegría
que se extendió sobre el rostro del cadáver un momento antes
de que comenzara la disolución, como demostración de que un
alma había sido liberada, no hubiera podido concluir mi carnice
ría. No hubiera podido soportar el terrible ruido de la estaca al
penetrar, los labios cubiertos de espuma sanguinolenta, ni el
retorcerse del cuerpo. Debí dejar mi trabajo sin terminar, huyen
do aterrorizado de allí, pero, ¡ya está concluido! Y en cuanto a
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