Page 446 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
no dejar que pasaran. Ninguno de ellos se había dado cuenta de
nuestra presencia.
Repentinamente, dos voces gritaron con fuerza:
—¡Alto!—.
Una de ellas era la de mi Jonathan, que se elevaba en
tono de pasión; la otra era la voz resuelta y de mando del señor
Morris. Era posible que los gitanos no comprendieran la lengua,
pero el tono en que fue pronunciada esa palabra no dejaba lugar
a dudas, sin que importara en absoluto en qué lengua había sido
dicha.
Instintivamente, tiraron de las riendas y, de pronto, lord
Godalming y Jonathan se precipitaron hacia uno de los lados y el
señor Morris y el doctor Seward por el otro. El líder de los gita
nos, un tipo de aspecto impresionante que montaba a caballo
como un centauro, les hizo un gesto, ordenándoles retroceder y,
con voz furiosa, les dio a sus compañeros orden de entrar en
acción. Espolearon a los caballos que se lanzaron hacia adelan
te, pero los cuatro jinetes levantaron sus rifles Winchester y, de
una manera inequívoca, les dieron la orden de detenerse. En
ese mismo instante, el doctor van Helsing y yo nos pusimos en
pie detrás de las rocas y apuntamos a los gitanos con nuestras
armas. Viendo que estaban rodeados, los hombres tiraron de las
riendas y se detuvieron. El líder se volvió hacia ellos, les dio una
orden y, al oírla, todos los gitanos echaron mano a las armas de
que disponían, cuchillos o pistolas, y se dispusieron a atacar. El
resultado no se hizo esperar.
El líder, con un rápido movimiento de sus riendas, lanzó
su caballo hacia el frente, dirigiéndose primeramente hacia el
sol, que estaba ya muy cerca de las cimas de las montañas y,
luego, hacia el castillo, diciendo algo que no pude comprender.
Como respuesta, los cuatro hombres de nuestro grupo desmon
taron de sus caballos y se lanzaron rápidamente hacia la carreta.
Debía haberme sentido terriblemente aterrorizada al ver a Jo
nathan en un peligro tan grande, pero el ardor de la batalla se
había apoderado de mí, lo mismo que de todos los demás; no
tenía miedo, sino un deseo salvaje y apremiante de hacer algo.
Viendo el rápido movimiento de nuestros amigos, el líder de los
gitanos dio una orden y sus hombres se formaron instantánea
mente entorno a la carreta, en una formación un tanto indiscipli
nada, empujándose y estorbándose unos a otros, en su afán por
ejecutar la orden con rapidez.
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