Page 436 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
Luego, mirándome con los ojos muy abiertos, como los
de una persona que acaba de despertar de un sueño, me dijo
con sencillez:
—¡No puedo! —y guardó silencio.
Me alegró sabiendo que si ella no podía pasar, ninguno
de los vampiros, a los que temíamos, podría hacerlo tampoco.
¡Aunque era posible que hubiera peligros para su cuerpo, al
menos su alma estaba a salvo!
En ese momento, los caballos comenzaron a inquietarse
y a tirar de sus riendas, hasta que me acerqué a ellos y los cal
mé. Cuando sintieron mis manos sobre ellos, relincharon en tono
bajo, como de alegría, frotaron sus hocicos en mis manos y
permanecieron tranquilos durante un momento. Muchas veces,
en el curso de la noche, me levanté y me acerqué a ellos hasta
que llegó el momento frío en que toda la naturaleza se encuentra
en su punto más bajo de vitalidad, y, todas las veces, mi presen
cia los calmaba. Al acercarse la hora más fría, el fuego comenzó
a extinguirse y me levanté para echarle más leña, debido a que
la nieve caía con más fuerza y, con ella, se acercaba una nebli
na ligera y muy fría. Incluso en la oscuridad hay un resplandor
de cierto tipo, como sucede siempre sobre la nieve, y pareció
que los copos de nieve y los jirones de niebla tomaban forma de
mujeres, vestidas con ropas que se arrastraban por el suelo.
Todo parecía muerto, y reinaba un profundo silencio, que sola
mente interrumpía la agitación de los caballos, que parecían
temer que ocurriera lo peor. Comencé a sentir un tremendo mie
do, pero entonces me llegó el sentimiento de seguridad, debido
al círculo dentro del que me encontraba. Comencé a pensar
también que todo era debido a mi imaginación en medio de la
noche, a causa del resplandor, de la intranquilidad, de la fatiga y
de la terrible ansiedad. Era como si mis recuerdos de las terri
bles experiencias de Jonathan me engañaran, porque los copos
de nieve y la niebla comenzaron a girar en torno a mí, hasta que
pude captar una imagen borrosa de aquellas mujeres que lo
habían besado. Luego, los caballos se agacharon cada vez más
y se lamentaron aterrorizados, como los hombres lo hacen en
medio del dolor. Hasta la locura del temor les fue negada, de
manera que pudieran alejarse. Sentí temor por mi querida seño
ra Mina, cuando aquellas extrañas figuras se acercaron y me
rodearon. La miré, pero ella permaneció sentada tranquila, son
riéndome; cuando me acerqué al fuego para echarle más leña,
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