Page 433 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
—Por supuesto que lo sé —contestó ella, y al cabo de
una pausa añadió—: ¿Acaso no viajó por él mi Jonathan y escri
bió todo lo relativo a su viaje?
En un principio, pensé que era algo extraño, pero pronto
vi que sólo podía existir un camino semejante. Es muy poco
utilizado, y sumamente diferente del camino real que conduce de
Bucovina a Bistritz, que es más amplio y duro y más utilizado.
De manera que tomamos ese camino. Encontramos
otros caminos (no siempre estábamos seguros de que fueran
verdaderos caminos, ya que estaban descuidados y cubiertos de
una capa ligera de nieve). Los caballos sabían y solamente ellos.
Les dejaba las riendas sueltas y los animales continuaban pa
cientemente. Una detrás de otra, encontramos todas las cosas
que Jonathan anotó en el maravilloso diario que escribió.
Luego, proseguimos, durante largas y prolongadas ho
ras. En un principio, le dije a la señora Mina que durmiera; lo
intentó y logró hacerlo. Durmió todo el tiempo hasta que, por fin,
sentí que las sospechas crecían en mí e intenté despertarla,
pero ella continuó durmiendo y no logré despertarla a pesar de
que lo intenté. No quise hacerlo con demasiada fuerza por no
dañarla, ya que yo sé que ha sufrido mucho y que el sueño, en
ocasiones, puede ser muy conveniente para ella. Creo que yo
me adormecí, porque, de pronto, me sentí culpable, como si
hubiera hecho algo indebido. Me encontré erguido, con las rien
das en la mano y los hermosos caballos que trotaban como
siempre. Bajé la mirada y vi que la señora Mina continuaba dor
mida. No falta mucho para el atardecer y, sobre la nieve, la luz
del sol riela como si fuera una enorme corriente amarilla, de
manera que nosotros proyectamos una larga sombra en donde
la montaña se eleva verticalmente. Estamos subiendo y subien
do continuamente y todo es, ¡oh!, muy agreste y rocoso. Como si
fuera el fin del mundo.
Luego, desperté a la señora Mina. Esta vez despertó sin
gran dificultad y, luego, traté de hacerla dormir hipnóticamente,
pero no lo logré; era como si yo no estuviera allí. Sin embargo,
vuelvo a intentarlo repetidamente, hasta que, de pronto, nos
encontramos en la oscuridad, de manera que miro a mi alrede
dor y descubro que el sol se ha ido. La señora Mina se ríe y me
vuelvo hacia ella. Ahora está bien despierta y tiene tan buen
aspecto como nunca le he visto desde aquella noche en Carfax,
cuando entramos por primera vez en la casa del conde. Me sien
to asombrado e intranquilo, pero está tan vivaz, tierna y solícita
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