Page 435 - Drácula
P. 435

Drácula de Bram Stoker


                         Mientras viajábamos por el camino áspero, ya que se
                  trataba de un camino antiguo y deteriorado, me dormí. Volví a
                  despertarme con la sensación de culpabilidad y del tiempo
                  transcurrido, y descubrí que la señora Mina continuaba dormida
                  y que el sol estaba muy bajo, pero, en efecto, todo había cam
                  biado. Las amenazadoras montañas parecían más lejanas y nos
                  encontrábamos cerca de la cima de una colina de pendiente muy
                  pronunciada, y en cuya cumbre se encontraba el castillo, tal
                  como Jonathan indicaba en su diario. Inmediatamente me sentí
                  intranquilo y temeroso, debido a que, ahora, para bien o para
                  mal, el fin estaba cercano. Desperté a la señora Mina y traté
                  nuevamente de hipnotizarla, pero no obtuve ningún resultado.
                  Luego, la profunda oscuridad descendió sobre nosotros, porque
                  aun después del ocaso, los cielos reflejaban el sol oculto sobre
                  la nieve y todo estaba sumido, durante algún tiempo, en una
                  gigantesca penumbra. Desenganché los caballos, y les di de
                  comer en el albergue que logré encontrar. Luego, encendí un
                  fuego y, cerca de él, hice que la señora Mina, que ahora estaba
                  más despierta y encantadora que nunca, se sentara cómoda
                  mente, entre sus pieles. Preparé la cena, pero ella no quiso co
                  mer. Dijo simplemente que no tenía hambre. No la presioné,
                  sabiendo que no lo deseaba, pero yo cené, porque necesitaba
                  estar fuerte por todos. Luego, presa aún del temor por lo que
                  pudiera suceder, tracé un círculo grande en torno a la señora
                  Mina y sobre él coloqué parte de la Hostia sagrada y la desme
                  nucé finamente, para que todo estuviera protegido. Ella perma
                  neció sentada tranquilamente todo el tiempo; tan tranquila como
                  si estuviera muerta, y empezó a ponerse cada vez más pálida,
                  hasta que tenía casi el mismo color de la nieve; no pronunció
                  palabra alguna, pero cuando me acerqué a ella, se abrazó a mí,
                  y noté que la pobre se estremecía de la cabeza a los pies, con
                  un temblor que era doloroso de ver. A continuación, cuando se
                  tranquilizó un poco, le dije:
                         —¿No quiere usted acercarse al fuego?

                         Deseaba hacer una prueba para saber si le era posible
                  hacerlo.
                         Se levantó obedeciendo, pero, en cuanto dio un paso, se
                  detuvo y permaneció inmóvil, como petrificada.
                         —¿Por qué no continúa? —le pregunté.
                         Ella meneó la cabeza y, retrocediendo, volvió a sentarse
                  en su lugar.




                                             434
   430   431   432   433   434   435   436   437   438   439   440