Page 50 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
sentidos me engañen, los siglos pasados tuvieron y tienen pode
res peculiares de ellos, que la mera "modernidad" no puede ma
tar.
Más tarde: mañana del 16 de mayo. Dios me preserve
cuerdo, pues a esto estoy reducido. Seguridad, y confianza en la
seguridad, son cosas del pasado. Mientras yo viva aquí sólo hay
una cosa que desear, y es que no me vuelva loco, si de hecho
no estoy loco ya. Si estoy cuerdo, entonces es desde luego en
loquecedor pensar que de todas las cosas podridas que se
arrastran en este odioso lugar, el conde es la menos tenebrosa
para mí; que sólo en él puedo yo buscar la seguridad, aunque
ésta sólo sea mientras pueda servir a sus propósitos. ¡Gran
Dios, Dios piadoso! Dadme la calma, pues en esa dirección in
dudablemente me espera la locura. Empiezo a ver nuevas luces
sobre ciertas cosas que antes me tenían perplejo. Hasta ahora
no sabía verdaderamente lo que quería dar a entender Shakes
peare cuando hizo que Hamlet dijera:
"¡Mis libretas, pronto, mis libretas!
es imprescindible que lo escriba", etc.,
pues ahora, sintiendo como si mi cerebro estuviese desquiciado
o como si hubiese llegado el golpe que terminará en su tras
torno, me vuelvo a mi diario buscando reposo. El hábito de ano
tar todo minuciosamente debe ayudarme a tranquilizar.
La misteriosa advertencia del conde me asustó; pero
más me asusta ahora cuando pienso en ella, pues para lo futuro
tiene un terrorífico poder sobre mí. ¡Tendré dudas de todo lo que
me diga! Una vez que hube escrito en mi diario y que hube colo
cado nuevamente la pluma y el libro en el bolsillo, me sentí so
ñoliento. Recordé inmediatamente la advertencia del conde, pero
fue un placer desobedecerla. La sensación de sueño me había
aletargado, y con ella la obstinación que trae el sueño como un
forastero. La suave luz de la luna me calmaba, y la vasta exten
sión afuera me daba una sensación de libertad que me refresca
ba. Hice la determinación de no regresar aquella noche a las
habitaciones llenas de espantos, sino que dormir aquí donde,
antaño, damas se habían sentado y cantado y habían vivido
dulces vidas mientras sus suaves pechos se entristecían por los
hombres alejados en medio de guerras cruentas. Saqué una
amplia cama de su puesto cerca de una esquina, para poder, al
acostarme, mirar el hermoso paisaje al este y al sur, y sin pensar
y sin tener en cuenta el polvo, me dispuse a dormir. Supongo
que debo haberme quedado dormido; así lo espero, pero temo,
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