Page 53 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  yo había visto se usara con los lobos. En una voz que, aunque
                  baja y casi un susurro, pareció cortar el aire y luego resonar por
                  toda la habitación, les dijo:
                         —¿Cómo se atreve cualquiera de vosotras a tocarlo?
                  ¿Cómo os atrevéis a poner vuestros ojos sobre él cuando yo os
                  lo he prohibido? ¡Atrás, os digo a todas! ¡Este hombre me perte
                  nece! Cuidaos de meteros con él, o tendréis que véroslas con
                  migo.
                         La muchacha rubia, con una risa de coquetería rival, se
                  volvió para responderle:
                         —Tú mismo jamás has amado; ¡tú nunca amas!
                         Al oír esto las otras mujeres le hicieron eco, y por el
                  cuarto resonó una risa tan lúgubre, dura y despiadada, que casi
                  me desmayé al escucharla. Parecía el placer de los enemigos.
                  Entonces el conde se volvió después de mirar atentamente mi
                  cara, y dijo en un suave susurro:
                         —Sí, yo también puedo amar; vosotras mismas lo sabéis
                  por el pasado. ¿No es así? Bien, ahora os prometo que cuando
                  haya terminado con él os dejaré besarlo tanto como queráis.
                  ¡Ahora idos, idos! Debo despertarle porque hay trabajo que ha
                  cer.
                         —¿Es que no vamos a tener nada hoy por la noche? —
                  preguntó una de ellas, con una risa contenida, mientras señala
                  ba hacia una bolsa que él había tirado sobre el suelo y que se
                  movía como si hubiese algo vivo allí.

                         Por toda respuesta, él hizo un movimiento de cabeza.
                  Una de las mujeres saltó hacia adelante y abrió la bolsa. Si mis
                  oídos no me engañaron se escuchó un suspiro y un lloriqueo
                  como el de un niño de pecho. Las mujeres rodearon la bolsa,
                  mientras yo permanecía petrificado de miedo. Pero al mirar otra
                  vez ya habían desaparecido, y con ellas la horripilante bolsa. No
                  había ninguna puerta cerca de ellas, y no es posible que hayan
                  pasado sobre mí sin yo haberlo notado. Pareció que simplemen
                  te se desvanecían en los rayos de la luz de la luna y salían por la
                  ventana, pues yo pude ver afuera las formas tenues de sus
                  sombras, un momento antes de que desaparecieran por comple
                  to.

                         Entonces el horror me sobrecogió, y me hundí en la in
                  consciencia.




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