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vista cosmovisivo, Jorge Luis Arcos considera que en este momento “se está asistiendo a la aparición
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               de una suerte de posconversacionalismo.”   Alude que “el cambio cosmovisivo es el rasgo general más
               diferenciador” (J.L. Arcos: XLI) que atañe a la generación de los ochenta, junto a “[otros cambios]
               acaecidos en la práctica escritural, estilística, más variados, también más indefinidos y más difíciles aún
               de caracterizar.” (J.L. Arcos: XLI) De este modo, se propicia el escenario para una poesía subversiva en
               su esencia, que se proyectará hacia distintas formas de entender la creación.

               “Hay poetas que comienzan a subvertir la cosmovisión del conversacionalismo desde dentro, es decir, a
               partir de sus mismos recursos estilísticos,  y son  exponentes entonces  de una suerte de reverso del
               conversacionalismo.” (J.L. Arcos: XLI) Otros, por su parte, consiguen el mismo  efecto  pero desde un
               conversacionalismo lírico que marca también ese envés profundo, desmitificador. En este   segundo grupo
               se halla la obra de Damaris Calderón, Alberto Rodríguez Tosca, Víctor Fowler, María Elena Hernández,
               Almelio Calderón, Sigfredo Ariel, Juan Carlos Flores y Alessandra Molina. Es a partir de este grupo
               mayoritario que se instaura la denominación de poesía posconversacional, donde van a predominar textos
               nacidos de “un pensamiento eminentemente crítico (…) [que desemboca en] disímiles y abigarradas
               perspectivas posmodernas.” (J.L. Arcos: XLII)
               El antiguo culto a la obra revolucionaria y el valor que se le otorgaba a la colectividad y la camaradería,
               se verán fracturados y a la postre sustituidos por la mirada introspectiva, el llamado de la conciencia
               personal y los conflictos individuales que afectan a un sujeto que ha comenzado a enajenarse de una
               realidad que ya no lo complace y le resulta insuficiente para su propio bienestar. Hacia los años noventa,
               luego del derrumbe del campo socialista en la URSS y el inicio del duro período especial en Cuba, la
               crisis  alcanzará  dimensiones  superlativas  y  hará  eco,  por  supuesto,  en  la  literatura.  Para  esta  nueva
               década, la sensación de aislamiento y desprotección del sujeto se hará más aguda en la poesía y se torcerá
               en consecuencia  el  arraigado concepto de nación, la  antes paradisíaca  visión de  la insularidad,  para
               concluir en un profundo pesar de corte existencialista, que se traducirá en sólidos conflictos ideológicos
               e identitarios. No es raro, según estos antecedentes, que buena parte de los poetas integrantes de esta
               generación tengan hoy un sitio indudable en nuestra lista nacional de exiliados.
               Creo importante mencionar, dentro de los rasgos que definen la esencia ideoestética de esta generación,
               el modo en que rescatan algunas figuras devenidas hitos de la poesía cubana, relegadas por las razones
               que  argumentaba  antes.  Se  ha  dicho  que  el  signo  estilístico  y  formal  más  distintivo  que  signa  esta
               promoción está condicionado en buena medida por José Lezama Lima, a quien casi la mayoría de sus
               integrantes reconoce como maestro. Pero sería absurdo obviar a otro poeta que, a mi juicio, deviene
               igualmente un poderoso arquetipo para la generación de los ochenta en Cuba: Virgilio Piñera. Así lo
               afirma  Damaris  Calderón  en  una  conferencia  ofrecida  con  motivo  del  cincuentenario  de  la  revista
               Orígenes, de la cual me parecen reveladores algunos fragmentos. La autora, como juez y parte en este
               momento, en su discurso «Virgilio Piñera: una poética para los años 80», expone sentencias que considera
               fundamentales y programáticas para su promoción, la cual, según el propio texto se distingue por:
                (…) el carácter explosivo de sus obras, por un espíritu contestatario, de revisión de los valores y cánones
               preestablecidos (literarios y extraliterarios), de reacción  contra un  discurso oficial  que margina
               polémicas aristas de la realidad, por cuyos intersticios asoma un discurso denotativo de otra realidad
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               (o de otra visión de la realidad).
                Destaca igualmente algunas características que reconoce consustanciales a su generación como:







               3  Ver: Jorge Luis Arcos. Prólogo a Las palabras son islas. “Panorama de la poesía cubana. Siglo XX. (1900-1998).” p XLI.

               4  Ver: Damaris Calderón: Conferencia «Virgilio Piñera: una poética para los años 80.»


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