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MARIENE LUFRIÚ
                                              Poeta y Narradora. Licenciada en Filología por la Universidad de La
                                              Habana.  Escribe,  además,  literatura  para  niños.  Fue  laureada  como
                                              “Mejor Poetisa del Año” en los NPE Awards, 2013 y 2014, Miami,
                                              USA y textos suyos figuran en antologías, revistas y periódicos de
                                              España, Italia, México, Venezuela, Argentina, El Salvador y Perú. Es
                                              egresada del Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”
                                              y  miembro  de  la Unión  Nacional de Escritores y Artistas  de  Cuba
                                              (UNEAC).


               LA DUDA DE CREER; LA DEUDA DE CREAR Principales cambios cosmovisivos de la  poesía
               Cuba  post-revolucionaria
               (1959 - década del 90)
               Por Mariene Lufriú


               Me toca hablar de literatura cubana. Me toca la poesía. Me toca porque es mi turno y me toca porque hay
               que haberse dejado siquiera rozar el alma, para pretender humildemente llegar a la altura de excelsas
               figuras que, antes de yo nacer, ya estaban peleando con el verso, persiguiendo por laberintos difusos la
               oportunidad de la palabra, buscando como sabuesos del verbo el mejor modo de decir lo que otros veían
               con ojos cotidianos. Lo supe cuando comencé a leer sus libros. A todos o a casi todos: Los que mi padre
               había colocado mansamente en mi librero; los que compré poniendo en riesgo el presupuesto de mis
               almuerzos de la semana cuando estudiaba Letras en la Universidad de La Habana; los que llegaban a mis
               manos por azar, gracias a amigos que traían ediciones extranjeras tras milagrosos viajes a otras tierras,
               donde también había sido importante imprimir la voz agónica o entusiasta de un cubano, de un poeta.
               Cuando se llega a la segunda condición, la nacionalidad no importa. Los poetas traspasan el mundo y al
               mundo pertenecen. Si algo verdaderamente democrático tenemos, internacional, cosmopolita, universal,
               sin bordes ni medidas arbitrarias, debe ser al arte, el buen arte que en su seno carga sin que le pese, cómo
               no, la buena poesía.

               Entonces, a lo que iba. Creo que la literatura cubana ha tenido siempre la suerte de contar en su haber
               con figuras de talento y probada pericia creativa. Autores de todas las épocas, desde las más variadas
               posturas estéticas e ideológicas, han elevado la dignidad de las letras cubanas a dimensiones mundiales.
               Muchas veces en armónica comunión con el entorno social y las circunstancias específicas de su tiempo,
               los poetas de la isla han sabido impregnar su obra con las principales resonancias que acontecen en el
               centro  de  su  realidad  más  cercana,  ya  sea  en  franca  oposición  a  sus  presupuestos  o  como  sus  más
               acendrados seguidores. En bastantes casos, la última de estas posturas ha alcanzado niveles alarmantes
               de  difusión,  al  punto  de  relegar  el  valor  de  la  concepción  poética  en  virtud  de  ponderar  la  función
               comunicativa o documental-testimonial, yo diría “caprichosamente” necesaria en el acto de la creación.
               Hablo precisamente de un fenómeno que se generalizará en Cuba a partir del triunfo revolucionario de
               1959. Con un traje de renovación positiva extendida hacia todos los contextos de la nación, cargada de
               promesas iluminadoras y de esperanzas ofrecidas desde los más altos podios, la Revolución Cubana no
               podía ser más que venerada y engrandecida en los disímiles espacios intelectuales del país. Los escritores
               comenzarán entonces, es válido notarlo, a concebir sus obras de modo que signifiquen explícitamente el
               júbilo y el agradecimiento profesado hacia el proceso social naciente, y realzarán por tanto la valía de las
               principales  figuras  que  lo  habían  hecho  posible.  Así,  lo  escrito  en  la  etapa  inicial  revolucionaria  se
               caracterizará, de manera más o menos visible, por estos patrones comunicativos que convertirán el acto
               poético en una especie de vocero de la circunstancia social.

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