Page 19 - Comparto 'Vida de San Agustín' con usted
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Desde entonces Patricio, por un lado, invirtió sus ahorros y su

                  trabajo para  ayudar  a su hijo; por otro  lado, su madre pidió


                  ayuda  a  sus  amistades  y  familiares  para  lograr  el  mismo

                  cometido.




                  En menos de un mes, el adolescente, estaba partiendo para


                  Cartago.  En  su  rostro  brillaba  la  alegría  e  irradiaba  la

                  esperanza.  Sentado  en  el  coche  que  lo  llegó  a  recoger,  se

                  sentía el hombre más afortunado del planeta. Claro, le daba


                  cierta nostalgia dejar a sus amigos y, por supuesto, a su mamá.

                  Era él, quien le ayudaba en los quehaceres de su casa, porque


                  sus hermanos estaban pequeñitos. Era él, quien la hacía reír y

                  la metía en problemas con sus travesuras.




                  Desde el momento de su partida, le pertenecían las riendas de


                  su vida. El afán de grandeza, el deseo de triunfo, apretaban

                  intensamente cada espacio vital. Aquel momento fue como un


                  nuevo nacimiento; poco a poco, se alejaba del pueblo que lo

                  vio nacer, dejando familia, amistades y recuerdos. Sobre todo,

                  dejaba a su madre, que temblaba de angustia al pensar que su


                  amado hijo se podía perder. Esta mujer, tan pronto vio a su hijo

                  partir, cayó de rodillas en tierra, rezando intensamente; tanto,


                  como  el  día  que  lo  parió.  En  adelante  Mónica,  la  madre  y






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