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CAPÍTULO CINCO












                  A
                                ntes  de  su  regreso  a  casa  habían  pasado  varios


                                años. Cartago le había formado una mentalidad y, a

                                la  vez,  le  había  abierto  un  horizonte  hacia  dónde


                  dirigirse. ¡Oh, qué delicia la ciudad de Cartago! Había mucho

                  para  ver  y  aprender,  muchas  cosas  qué  conquistar.  Este


                  “paraíso”  estaba  lleno  de  mujeres  hermosas,  de  fiestas,  de

                  vino, de comida y de amigos; tal como le encantaba al joven

                  Agustín.  Esta  ciudad  deslumbró  el  alma  inocente,  pero


                  atrevida, de aquel conquistador.




                  Agustín  tenía  un  corazón  ávido  de  novedades  y  estaba

                  dispuesto a llenarlo lo más pronto posible. Aquella ciudad era


                  un  paraíso  para  quien  podía  disfrutar,  pues  el  acceso  a  los

                  placeres más exquisitos exportados de la corte imperial, solo


                  estaban al alcance de aquellos que gozaban de influencia o de

                  algún poder.





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