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principal objetivo del imperio era destruir al Santo Obispo. Así

                  que, le tocó encontrar el modo de hacerlo.




                  Todos los días asistía a oír sus sermones, para luego, con su


                  oratoria  descalificar  las  palabras  de  Ambrosio  en  la  corte  y

                  entre  los  simpatizantes  del  emperador.  Así,  día  a  día


                  encontraba nuevos argumentos para atacarlo y, día a día, se

                  iba interesando más por los sermones ambrosianos. Su madre,

                  de gota en gota, aprendió a disfrutar del vino para caer en un


                  terrible  vicio.  Agustín,  de  sermón  en  sermón,  aprendió  a

                  disfrutar la palabra de Ambrosio, para avanzar en su búsqueda


                  de la verdad.




                  Las visitas continuas a la catedral, comenzaron a devolverle el

                  interés  perdido  por  aquella  verdad  que  parecía  olvidada.


                  Ambrosio,  el  enemigo  del  imperio,  estaba  socavando  sus

                  bases; más profundo aún, que el mismo deseo insaciable de


                  poder.



                  Agustín, hombre muy sensible, no pudo resistir la personalidad


                  del Obispo de Milán; se le acercó en son de paz y, encontró en

                  este, a un padre que lo recibió, con los regalos que tanto le


                  gustaban. ¡Qué delicia de libros los que Ambrosio le prestaba!






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