Page 32 - Cuentos del derecho… y del revés. Historias sobre los derechos de los niños
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HISTORIA SOBRE UNA PERRA LOCA


               Y SU INSOPORTABLE DUEÑO






               Ana Romero






               EL SÍNDICO DEL PUEBLO comía mole casi cada semana. Y no es que le
               encantara, de hecho, le daba agruras, pero cuando la celebración es un bautizo y
               en el bautizo se sirve mole, queda mal que el padrino no se lo coma.


               Así que la vitrina del síndico del pueblo de San Juan estaba repleta de dos cosas:
               leche de magnesia escondida en los cajones, y en la parte superior, bien visibles,
               los ahijados posando para las fotografías (una por cada cumpleaños) que las
               mamás de los aludidos iban cambiándole al padrino pastel tras pastel, velita tras
               velita.


               —Compadre, aquí le traigo el nuevo retrato de su ahijado, que ya cumplió otro
               añito —decían, palabras más, palabras menos, las madres al tocar a la puerta de
               la casa, no solo con la dichosa fotografía, sino con alguna gallina, nopales,
               escamoles o elotes, porque, según ellas, eso era la comida preferida del padrino,
               aunque ninguna en realidad le había preguntado; simplemente habían seguido la
               ocurrencia de la primera comadre de mis padrinos.


               Como podrá verse, las mujeres del pueblo de San Juan, originales originales, no
               parecían, pero sí eran mujeres de costumbres. Cuando a la primera se le ocurrió
               pedirle al síndico que apadrinara al mayorcito de la casa, todas las demás
               hicieron lo propio, porque pensaron que de lo contrario estarían haciéndole una
               grosería.


               Y al síndico tampoco le gusta ser descortés y acepta cada nuevo ahijado que la
               fértil naturaleza de las mujeres de San Juan le manda. Y al síndico Herminio, que
               como ya lo vamos conociendo podemos tomarnos el atrevimiento de llamarlo
               por su nombre, no le gustaban los nopales, por babosos; las gallinas menos,
               porque a su mujer le daba tristeza matarlas y lloraba a mares cuando alguna se le
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