Page 109 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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Armandito guardó silencio. Doña Petra retomó su discurso y reveló que de los
millares de especies que han habitado la Tierra, solo tres evolucionaron su
inteligencia. La primera era una vaca marina que vive en las profundidades del
océano, los segundos, unos pequeños mamíferos de los que descienden los seres
humanos y finalmente, los terceros pertenecían a una rama de reptiles, con los
que la familia Argumosa estaba emparentada.
—Así que nosotros somos lagartijas —resumió Armandito atónito.
—Reptiles —especificó la abuela—. Y no de cualquier especie.
Según la abuela, se trataba de una raza experta en mimetización, como los
camaleones. Esa cualidad era normal si se tiene en mente que descendían
directamente de una raza de lagartos arborícolas de Malasia.
—De la misma forma en que el humano se relaciona con el chimpancé de África
Ecuatorial —señaló don Alonso, quien también estaba muy informado.
—Durante millones de años nuestra especie aprendió a imitar las formas y los
colores de la naturaleza —explicó la abuela—. Y al final aprendimos a copiar el
aspecto de esos mamíferos lampiños que conocemos como humanos.
—Lo hacemos por las comodidades de su vida —se excusó don Alonso.
—Y es que no a todos nos gusta comer insectos y pescado crudo —señaló doña
Remigia—. Ni vivir en una asquerosa acequia.
—Aunque a otros no les queda otro remedio —observó la abuela—. No siempre
se consigue el aspecto humano, depende de la pureza de los genes y de los saltos
de la herencia.
—Como te pasó a ti, hijito —suspiró don Alonso.
—Pero yo no hice nada —se quejó el niño.
—Lo hiciste sin darte cuenta —explicó doña Remigia—. Cuando te acercaste a
la edad adulta tu cuerpo sufrió cambios que revelaron tu verdadera naturaleza.
—Yo intenté frenar ese cambio mediante remedios forzados —aseguró la abuela
—, para evitar que desarrollaras tus características de reptil. Evité que tuvieras