Page 105 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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FINAL DE “LOS MONSTRUOS
NO VIENEN DE PARÍS”
SEGÚN RECORDARÁS, Armandito, un niño más mimado que un gato de
angora, había enfermado de un extraño mal, y después de pasar unos días al
cuidado de su espantosa abuela, escapó de la finca donde lo tenía preso, solo
para encontrarse con la noticia de que ya lo consideraban muerto en su propia
casa.
El niño decidió buscar a sus padres para aclarar el macabro malentendido, tenía
que explicarles que aún vivía, que su abuela le había hecho enfermar, y tal vez
por eso su piel estaba inflamada y grumosa.
Armandito cruzó la reja de su casa a escondidas y atravesó el huerto, caminó
entre una madeja de rosales dejando trozos de piel a su paso. Extrañamente no
sentía nada, era como si tuviera la carne muerta.
Entró a la casa por la ventanita que había en la despensa. La casa estaba
sumergida en un espeso silencio, los muebles habían sido cubiertos con mantas y
no había ni una vela prendida. Armandito llamó a gritos a sus padres, pero nadie
le respondió. El niño se dirigió a su habitación y descubrió que sus juguetes
habían sido embalados en cajas, los libreros estaban vacíos y su cama no tenía
colchón. Armandito se tiró sobre las tablas, se sentía tan cansado, tan triste.
Estuvo llorando un buen rato hasta quedarse dormido, tenía la esperanza de que
al día siguiente todo se aclararía.
—¡Un animal! ¡Se metió un bicho a la casa! —alguien gritó por la mañana.
Armandito despertó sobresaltado. Por la ventana vio a una criada corriendo en el
jardín. La mujer les dijo algo a otros sirvientes, todos parecían nerviosos,
comenzaron a armarse con azadones y guadañas.
—Lo vi, es una bestia horrorosa —alcanzó a escuchar el niño—. No sé por
dónde se metió, creo que es un lagarto.