Page 108 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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—¿Es una enfermedad? —preguntó.
—Podría decirse… —El padre se desabotonó la camisa y agregó—. Todos en la
familia la padecemos en cierta medida.
Don Alonso mostró su pecho cubierto por finas escamas tornasoladas.
Armandito se acercó incrédulo.
Siguiendo una orden del padre, doña Remigia se deshizo el elaborado rodete que
usaba para peinarse y se descubrió la parte trasera de las orejas, tenía unos
pliegues membranosos.
Armandito no sabía qué decir.
—Yo no lo llamaría enfermedad —acotó la abuela, digna—. Es un don.
—Pues a mí me parece una maldición —aseguró doña Remigia, volviéndose a
acomodar el cabello—. Ya he perdido a dos hijos.
—Ya podrás poner más huevos —le dijo la abuela—. Además no has perdido a
ningún hijo, ya te expliqué que simplemente regresaron a su linaje.
—¿Me quieren decir qué pasa? —suplicó Armandito.
Entonces la abuela reveló algo tan perturbador, que el niño necesitó bastante
tiempo para asimilarlo.
Según doña Petra, la familia de Armandito no pertenecía propiamente a lo que se
llama raza humana. Su origen databa de un pasado remoto, cuando las criaturas
del mundo iniciaron su evolución a partir de prehistóricos moldes. El mismísimo
ser humano no siempre tuvo el aspecto que tenía ahora: evolucionó a partir de un
burdo engendro simiesco.
—Eso no es cierto —la interrumpió Armandito—. Dios hizo el mundo tal y
como es. Me lo enseñaron en el catecismo.
—¿Qué crees que diría el sacerdote si te viera ahora? —La abuela le tocó un
brazo al niño, parecía una esponja marina—. Dime, querido, ¿no eres una prueba
viviente de que las cosas son más complicadas de lo que dicen en el catecismo?