Page 119 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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Agustín Melitón hizo una fortuna hasta que un día se le fueron todos los enanos.

               El mini doble de Jorge Negrete convenció a los demás integrantes de montar su
               propio circo, que por cierto, como si se tratara de castigo divino, desapareció
               durante un huracán en el Puerto de Campeche.


               Después del desastre con los enanos, Agustín Melitón gastó todos sus ahorros
               contratando prodigios humanos. En su nueva caravana tenía un faquir que
               desayunaba plata fundida, un hombre gordo de media tonelada de peso, dos
               hombres de chicle y más. El espectáculo fue un fracaso, y no porque nadie
               quisiera ver a los prodigios, lo que sucedía es que las entradas no alcanzaban a
               costear la lujosa dieta del faquir ni el descomunal almuerzo del hombre gordo,
               que comía lo mismo que un equipo completo de futbol.


               Cuando quedó en bancarrota, Agustín Melitón despidió a los prodigios humanos
               y cerró la caravana. Lo único positivo del asunto es que se enamoró de
               Rosalinda, la mujer barbuda, se casaron y tuvieron siete niños perfectamente
               normales.


               Con la llegada de la televisión y las nuevas formas de entretenimiento, Agustín
               Melitón sacó novedosas atracciones para competir: inventó el primer y único
               circo de garrapatas, la lucha libre entre zorrillos, entrenó murciélagos y
               lombrices para que hicieran trucos de obediencia.


               Cada determinado tiempo, cuando su público o él mismo se aburrían, Agustín
               Melitón inventaba atracciones cada vez más insólitas: carreras deportivas entre
               ranas gigantes, zarigüeyas bailarinas, mujeres equilibristas que llevaban en la
               nariz una pirámide de copas mientras montaban un patín del diablo.


               Y entonces, un día, mientras rasuraba a su mujer, Agustín tuvo un momento de
               inspiración, ¡se le ocurrió el proyecto de su vida! De inmediato vino a verme.
               Esto ocurrió hace unos tres meses. Mi compadre se sentó en un sillón y me habló
               de su nuevo espectáculo: una casa de sustos.


               —Agustín, esa es la peor idea que te he escuchado —lo interrumpí en cuanto oí
               el tema—. Las casas de espantos ya pasaron de moda. En estas épocas nadie
               quiere ver marionetas, figuras de cera o chicos disfrazados de Drácula ni la
               momia.


               —No, no me entiendes —replicó Agustín Melitón—. Estoy pensado en un lugar
               que provoque miedo de verdad y por eso vengo contigo, porque eres experto en
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