Page 123 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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hay muchos y había entrevistado a familias completas.


               Sin embargo las cosas tampoco marcharon bien, algunos monstruos, al contrario
               de lo que se cree, son demasiado tímidos precisamente porque tienen algún
               complejo de fealdad, como el famoso ogro del rancho Ojo de Rana, jamás pude

               entrevistarme con él, era muy miedoso y solo le vi un pedazo de rabo durante los
               seis días que lo estuve persiguiendo.

               Otros monstruos, por el contrario, se amargan por vivir en soledad, como el

               chacal de las minas abandonadas de Parral, que solo para desquitar su mal humor
               se comió mi auto. Decidí dejarlo tranquilo.

               Ya preocupado, fui a visitar a mis amigos monstruos, como Armandito

               Argumosa, del pueblo de Membrillos, pero tampoco aceptó, se me había
               olvidado algo básico, en el reglamento se prohibía terminantemente exhibirse
               como curiosidad frente a los humanos, un monstruo que lo hiciera, podía llevar
               la deshonra a su especie. No podían permitir que se conociera el secreto. Solo
               aceptó ir a la casa de los espantos un dizque monstruo que tenía por monstruoso
               un lunar peludo en la punta de la nariz. Le dije que yo le llamaría…


               Finalmente decidí dedicarme a mi especialidad: los fantasmas. Conocía cientos y
               podía diferenciar entre un fantasma de ectoplasma real y un espectro falso
               montado con sábanas percudidas.


               Sabía que el problema con los fantasmas es que son veleidosos y tienen un
               orgullo tan grande que caen en la necedad. Por ejemplo, en un palacete de
               Guanajuato me entrevisté con el espectro de una solterona. La idea de mi casa de
               espantos no le gustó: “¿Mudarme? —exclamó escandalizada—. ¿Cómo voy a
               mudarme a una feria? Esas cosas del espectáculo no son dignas de una señorita
               de mi abolengo”.


               Otro problema con los fantasmas es que son demasiado territoriales, se niegan a
               abandonar su árbol, su piedra, la laguna o la caja de sombreros donde hacen sus
               apariciones. Solo uno aceptó, pero tenía que mudarlo con todo y la montaña
               donde se aparecía.


               Ya me estaba cansando cuando decidí hacer algo en grande, debía ir a un lugar
               donde abundaran los espectros, como un pueblo fantasma. Seguro ahí, entre la
               multitud de aparecidos, encontraría a alguien que quisiera hacer carrera artística
               sin que se pusiera sus moños.
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