Page 128 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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Así que sin despegar la vista del tío Chema (quería ver si sus pies tocaban el piso

               o flotaba) me dirigí al perchero por mi chamarra, pero al tomarla me di cuenta de
               que en un bolsillo se encontraba el viejísimo oso de felpa. Mi tío abrió mucho
               los ojos.


               —¡Te juro por lo que quieras que yo no lo tomé! —me defendí abochornado.

               —Te creo —asintió el tío Chema—. El oso debió de escapar del baúl para
               esconderse en tu ropa, es justo lo que haría un arrullero… Son extremadamente

               mañosos.

               El tío Chema se acercó, tomó al oso de felpa y lo jaló con fuerza. Por un
               momento creí ver que el oso sacaba unas pequeñas garras con las cuales

               intentaba asirse al bolsillo de mi chamarra.

               —Como podrás ver, no es un simple muñeco —señaló mi tío—. Los arrulleros
               son unas bestias peligrosas que toman una apariencia inocente para poder

               realizar su trabajo.

               —¿Cuál trabajo?


               —Es algo espantoso… —murmuró con voz lúgubre—. Atacan a los niños
               cuando están más indefensos. Este arrullero que ves aquí fue parte de una
               terrible plaga que atacó a un edificio cercano, fue un caso horrendo, muchos
               niños resultaron afectados… pero esa es otra historia.


               —¿Me la vas a contar?


               —Mañana mismo, si quieres —dijo acompañándome a la puerta—, claro, si te
               atreves a regresar.


               Mi tío esbozó una sonrisa y entonces allí, frente a mis narices, se puso muy
               pálido, todo su cuerpo adquirió un color lechoso, incluyendo la cara, los
               pantalones, las pantuflas… Después comenzó a brillar un poco y en dos
               parpadeos se volvió una figura de humo que desapareció.


               Sentí frío en las rodillas y se me erizaron los vellitos del espinazo. De inmediato
               me puse mi chamarra y salí corriendo. ¡Uf!, de ahora en adelante tenía que
               acostumbrarme a mi tío y sus trucos de fantasma.
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