Page 130 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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un fantasma real, de ectoplasma y toda la cosa. Pensé en un montón de cosas,

               por ejemplo: ¿mi tío cuidaba un tesoro como lo hacen casi todos los fantasmas?
               ¿Era víctima de alguna maldición y no podía salir de su casa? Y dado el caso
               ¿podría acompañarme a mi escuela? Imaginé que podría darle un buen susto al
               maestro de deportes que amenazaba con reprobarme. Y además, ¿qué pasó con la
               casa de espantos del compadre Agustín Melitón ? ¿Llegó a trabajar allí?


               En fin, solo había una manera de salir de todas las dudas y esa misma tarde
               estaba de nuevo en su sala (por cualquier imprevisto, me puse, para protegerme,
               la medallita que recibí en mi primera comunión).


               A mi tío le dio muchísimo gusto verme de nuevo. Yo, por mi parte, me
               tranquilicé cuando lo vi con todos sus colores y un aspecto de humano
               cualquiera. El tío Chema parecía de buen humor y contestó a todas mis
               preguntas:


               —Claro que me gustaría tener un montón de dinero escondido —reconoció—;
               pero la verdad es que no tengo ni un peso partido por la mitad, aunque tampoco
               cargo con ninguna maldición de fantasma, así que puedo moverme a todos lados.


               —Entonces… ¿puedes ir a mi escuela?


               —No, nada de trampas —dijo muy serio—, no espantaré a tu maestro, así que
               mejor ponte a entrenar atletismo y aprueba por tus propios medios…


               Sentí un poco de vergüenza y para cambiar de tema le pregunté sobre el asunto
               de la casa de sustos de su compadre.


               De inmediato puso una cara muy triste:

               —Ese es un tema algo complicado… —dijo.


               —¿Por qué? ¿Renunciaste? ¿Te corrieron?


               —Peor todavía. —Se sentó en un sillón, hasta entonces me di cuenta de que no
               se hundían los cojines a su alrededor—. Todo mi esfuerzo fue en vano… Cuando
               volví de San Nepomuceno, me enteré de que por tantas deudas, el banco
               embargó la casa de espantos de Agustín Melitón y nunca abrió al público.


               —Qué mala suerte.
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