Page 135 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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secretos de la olla exprés, ni tampoco le atinaron al botón exacto (de los
diecinueve) para encender la batidora.
En una ocasión confundieron el manual de la plancha con el del tostador de pan,
y terminaron con pantalones bien tostados y panes planchados al vapor.
Después de cometer muchos errores, finalmente un día la señora García
consiguió preparar el desayuno: huevos estrellados y jugo de naranja. Estaba
muy orgullosa.
Lo que no dijo, pero luego descubrí, fue que había tardado siete horas en
programar el lavafrutas, encender el filomátic, una máquina que partía comida;
exprimir las naranjas en el jugorama que tenía cuatro velocidades, y eso sin
contar los huevos estrellados que para hacerlos tuvo que usar once aparatos, ¡le
llevó toda la mañana!
—¿No se supone que las máquinas sirven para hacer la vida más fácil? —
observó Gil.
—La modernidad tiene un precio que pocos podemos pagar —dijo la señora
García, recordando el anuncio de una revista.
Para Gil aquello era simplemente un disparate. No le gustaban esos aparatos
modernos e incluso comenzó a tenerles un poco de miedo.
Todo comenzó con la lavadora automática. Era un armatoste de metal cromado
con unas grandes aspas que parecían cuchillos. Cuando exprimía con el
centrifugado, hacía un ruido similar a un cohete a punto de despegar. Desde las
primeras veces la señora García se dio cuenta de que a pesar de lavar muy bien,
la máquina tenía un pequeño problema: perdía piezas de ropa.
Comenzaron a faltar algunos calcetines, después desaparecieron pañuelos y hasta
ropa interior. Cuando se quedó sin calzoncillos, el señor García tomó una
lámpara y revisó el armatoste.
—La ropa debe de estar atascada en alguna parte del mecanismo —dedujo—.
Aunque no se ve nada.
—¿Y si se descompone? —preguntó la señora García, más preocupada por la
lavadora que por los calzoncillos del marido.