Page 137 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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waflera, detrás del lavatrastes, pero siempre, invariablemente, al abrir los ojos

               por la mañana, lo primero que veía era el rostro del osito de felpa, siempre
               sonriente, con su penetrante olor a detergente lima-limón.

               El niño estaba intrigado. ¿Sufría de alguna extraña enfermedad de la memoria?

               ¿O es que el oso de felpa salía todas las noches de su escondite para dormir al
               lado de él? Sintió escalofríos tan solo de pensar en ello. La única manera de
               descubrir el misterio era despertando en la noche para ver qué pasaba, así que
               encerró con llave al osito en la despensa y luego puso el despertador a las doce.


               Justo a medianoche Gil escuchó la chicharra del despertador, estiró la mano para
               apagarlo y se incorporó para encender la luz, pero antes de hacerlo se dio cuenta
               de que había alguien más en el cuarto.


               Parecía la voz de un niño pequeño que entonaba una antigua canción de cuna.
               Gil volteó y entre la penumbra vio al osito. El muñeco abría y cerraba la
               diminuta boca empapada en sangre. Gil intentó gritar, pero solo consiguió cerrar
               los ojos y hundirse en el pantano del sueño.


               —Tuviste una pesadilla —dijo el señor García a la mañana siguiente,
               ajustándose su gorro de lana en el espejo—. Eso es normal, seguro cenaste
               demasiado.


               —¿Alguien sabe cómo funciona el cafemático? —preguntó la señora García
               luchando por preparar el almuerzo.


               Gil no pudo convencer a sus padres de su terrible descubrimiento. ¿Cómo iba a
               existir un oso de felpa embrujado en un departamento tan moderno como el
               suyo? Era un desatino.


               Pero sabía que algo estaba mal. Estudió de cerca al osito y le pareció más gordo
               que la primera vez. Lo estrujó y sintió una sensación viscosa en el interior. ¿De
               qué estaría relleno? El niño intentó abrirle la boquita, pero de inmediato sintió un
               agudo dolor. Tenía una herida en la punta del dedo, incluso le faltaba un trozo de
               uña. Se había lastimado con algo que tenía el osito, ¿pero qué? ¿Un alfiler?…
               ¿Dientecillos?


               Gil decidió ponerle fin al asunto, tomó al oso de felpa y lo tiró por el basurama,
               un conducto especial que se supone se encargaba de sacar los desperdicios de los
               departamentos. Pero a la mañana siguiente, el oso (con un ligero olor a huevo
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