Page 139 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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—Cantan una canción —recordó Gil.
—Exacto, te arrullan para que no te des cuenta y mientras te sorben…
Gil recordó que le había estado doliendo el estómago, se abrió la camisa y se
rascó el ombligo, salió una pequeña costra.
—Debemos hacer algo —dijo Marina asustada—, si no terminaremos como
Tobías.
—¿Y ese quién es?
—El niño del departamento tres, está horrible. ¿Quieres verlo?
Gil no pudo decir nada, la niña lo tomó del brazo y lo llevó al departamento de
arriba. Según Marina, a Tobías le había pasado exactamente lo mismo que a
ellos: un día, entre otras cosas (una corbata de moño y un chal azul) apareció en
la lavadora un osito de felpa.
—Y el suyo es muy feroz —aseguró la niña.
Gil se horrorizó al ver al pobre de Tobías. Parecía un costal vacío, la piel le
escurría a colgajos, estaba amarillo, con moretones en el cuerpo, los ojos
hundidos y su ombligo era una llaga purulenta. Bajo la cama podía verse su oso
de felpa, estaba enorme, con las costuras a punto de reventar, había algo viscoso
que le escurría desde dentro pues había un charco de babilla a su alrededor. El
muñeco tenía una oreja chamuscada y le faltaba un ojo, era evidente que el niño
había intentado prenderle fuego.
—Nunca lo intenten —les recomendó Tobías—. Se enojó tanto que no me dejó
despertar por dos días y me sorbió hasta dejarme en los huesos.
—¿Y tus papás? —le preguntó Gil sorprendido—. ¿Qué han dicho?
—Nada, nunca los veo, siempre están trabajando —murmuró el niño con
tristeza.
—Igual que mi mamá —se quejó Marina—. El otro día la llamé por teléfono y
no me creyó. Me dijo que ya estaba grande para esos cuentos.