Page 143 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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—Vamos a morir… —aseguró Tobías llorando.


               Era evidente que no podían atacar a la criatura. Si soltaba todos los huevecillos
               la plaga se extendería al edificio… tal vez a la ciudad entera. Debían encontrar
               una manera de deshacerse de todos los bichos a la vez. Entonces Gil tuvo una

               idea temeraria:

               —¿Y si los regresamos por donde vinieron?


               —¿A dónde? —preguntó Tobías confundido.


               Gil señaló la lavadora. Marina asintió.


               No tenían la certeza de que el plan funcionaría, pero no había otra mejor idea.
               Programaron la máquina, le pusieron agua, jabón y después, con mucho cuidado
               trasladaron el cesto de ropa sucia, antes de vaciar su contenido en la lavadora. La
               enorme sanguijuela comenzó a revolverse furiosa y expulsó diez, quince, cien
               huevecillos a la vez. En menos de veinte segundos, la cesta se volvió un
               hervidero de sanguijuelas.


               —¡Dense prisa! —gritó Gil desesperado.


               —¡Están por todas partes! —exclamó Tobías, intentando pisarlas.


               —Después acabamos con esas —aseguró Marina—. Hay que deshacernos de la
               grande y de los huevos.


               Justo a tiempo consiguieron arrojar el contenido del cesto en el interior de la
               lavadora. La enorme sanguijuela lanzó un chillido horrible. Marina cerró la tapa
               y se sentó encima. La lavadora empezó a agitarse violentamente, de los
               remaches salían chorros de espuma jabonosa y algunas tuercas se cayeron, se
               estaba desarmando. Tobías sujetó la máquina con todas sus fuerzas.


               —¡El centrifugado! —gritó Marina—. ¡Falta el centrifugado!


               Gil reprogramó la máquina y adelantó el ciclo, entonces se escuchó un potente
               zumbido que fue subiendo de intensidad. De pronto la lavadora se detuvo. estaba
               en silencio.


               Ninguno de los tres se atrevía a echar una ojeada al interior del aparato, hasta
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