Page 140 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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Los tres niños se contaron sus penas, resultó que a ninguno de ellos les gustaba
la Torre-Kosmos, y sentían que sus padres nunca les hacían caso. Dentro del
negro panorama, Gil respiró aliviado: tenía nuevos amigos. Era evidente que en
momentos de desesperación todos son iguales.
—Tengo miedo —confesó Tobías—. No quiero morirme.
—No digas eso —lo regañó Marina—. Debe de haber una solución.
—¿Se podrán matar como a los demás vampiros? —preguntó Gil en voz baja.
—Ya intenté sacarlo al sol, pero no pasa nada —confesó Marina.
—¿Y si los atravesamos con una estaca? —sugirió Tobías.
En ese momento escucharon un borboteo, el osito de Tobías se retorció y de la
pequeña boca brotó un montón de baba amarillenta. Se escuchó un siniestro
crujido.
Los tres niños se miraron nerviosos. Parecía buena idea el asunto de la estaca,
pero ¿quién se atrevería a hacerlo? Era evidente que ninguno de ellos tenía
ánimos para enfrentarse a semejante monstruo (aunque fuera de felpa).
—¿Y si usamos el filomátic? —propuso Gil.
—¿El qué? —preguntó Tobías confundido.
—Es un aparato automático que parte comida —explicó Gil—. Dicen que puede
rebanar desde una zanahoria hasta una vaca completa.
Los tres niños intercambiaron una mirada de complicidad y sonrieron.
Empezaron con el oso de Marina. Era el más pequeño y el menos viscoso de
todos. El filomátic dejó caer su cuchilla de acero inoxidable sobre el osito de
felpa y la cabeza rodó hasta el otro extremo de la habitación.
—¡Qué raro! —murmuró Marina revisando la cabecita repleta de borra, algo
como algodón—. Parece un juguete cualquiera.
Entonces escucharon un burbujeo en el cuerpo descabezado, Marina se acercó.