Page 23 - El valle de los Cocuyos
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El niño, paralizado de terror, vio frente a él la figura de un viejo centenario,
               arrugado como el tronco de un árbol.






               —Jerónimo... —repitió el viejo con ternura.






               Pero Jerónimo, muerto de miedo, no respondió y torpemente se puso en pie
               dispuesto a emprender la huida.






               —No tengas miedo, no te vayas, no voy a hacerte daño —dijo el viejo con voz
               suplicante.





               El niño lo observó con atención y armándose de coraje le preguntó:






               —¿Eres acaso el Pajarero Perdido?






               —Sí —respondió el viejo—. Soy el Pajarero que busca los alcaravanes.






               —¿Cómo sé que no mientes? —se atrevió a preguntar Jerónimo.





               El viejo no contestó. Con ligera parsimonia sacó una pluma roja de una mochila

               de fique que tenía al lado; pasó su mano a lo largo de la pluma y de esta se
               desprendió un polvillo rojo dorado que se esparció por la cueva como el
               chisporroteo efímero de la leña en el fuego.
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