Page 24 - El valle de los Cocuyos
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—Es una pluma de alcaraván —dijo el viejo con voz ronca.






               —Es muy bella —comentó el niño con admiración.






               El Pajarero se sentó en el suelo e hizo que Jerónimo se sentara a su lado. Poco a
               poco los cocuyos irrumpieron en el lugar y lo iluminaron completamente. El
               viejo continuó la labor que, con seguridad, había sido interrumpida por la llegada
               de Jerónimo: tejer un pájaro con juncos secos.






               Jerónimo observó al hombre con más detenimiento. En realidad era muy viejo;
               sus ojos se parecían a los de Anastasia; su piel, como la de ella, tenía el color de
               la tierra. Vestía un pantalón blanco, roto y deshilachado. Sus manos largas y
               nudosas tejían el ave con maestría.






               —Es para ti —le dijo el viejo mostrándole el ave inacabada.





               El niño sonrió y le preguntó:






               —¿Cómo sabías que yo era quien había entrado en la cueva? ¿Por qué conoces
               mi nombre?






               —¡Ay, Jerónimo, no sabes cómo he transitado tu valle! Conozco cada camino,
               cada rincón, conozco sus habitantes... En cuanto a ti, creo que mi corazón te
               esperaba.
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