Page 26 - El valle de los Cocuyos
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—Para decirte la verdad, nunca la he abandonado completamente. La dejo por

               épocas, cuando voy en busca de mis alcaravanes por el valle de los Cocuyos, por
               las montañas Azules, por el río de las Tortugas, por el volcán de Sal y más allá
               —le dijo el Pajarero sonriendo.





               —¿Por qué nunca te había visto? —preguntó Jerónimo.






               —Uno ve los seres o las cosas en el momento en que debe verlos —respondió el
               Pajarero con ternura.






               Finalmente terminó el ave y se la entregó al niño. Este sonrió y acarició al
               pajarillo, y a su contacto no sintió la textura de los juncos sino la de las plumas
               de un ave tierna.






               —Tiene plumas de verdad —dijo el niño.





               El viejo se estremeció de emoción, pensando que no solo se había cumplido la

               condición del Consejo de su pueblo sino que, además, ese niño veía más allá de
               lo que sus ojos le mostraban. Jerónimo sería su mejor aliado.





               El Pajarero Perdido tomó entre sus manos la cabeza del niño y este sintió unas
               manos etéreas, ligeras como alas.






               —Debes de ser hijo de las aves. Te pareces a ellas —dijo Jerónimo mirándolo
               fijamente.
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