Page 28 - El valle de los Cocuyos
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Al día siguiente Jerónimo se fue al río, a leer una historia en el caparazón de otra
tortuga. Encontró una pequeñita que dormía al borde del agua. El niño empezó a
descifrar la historia:
—En los viejos tiempos, recién caída del cielo la lluvia de pedacitos de estrella o
de cocuyos, apareció en la orilla del río la primera lagartija. Era una preciosa
lagartija que tenía en su piel todas las variaciones de verde. Verde de la
hierbabuena, verde de la acacia, verde del llantén, verde del limonero, verde del
valle, verde de los ojos de Jerónimo, verde del vestido de Anastasia, verde de los
sueños de Jerónimo. La lagartija miró las piedras desnudas del valle de los
Cocuyos y pensó que eran perfectas para pasar en ellas los días bajo el sol
ardiente. Se instaló en una de aquellas piedras y se sintió feliz y a sus anchas.
Pero aquel valle, para ella sola, era demasiado. Y cuando la noche le descubrió la
multitud de luces como diamantes desperdigados a lo largo y ancho del valle, la
lagartija de todos los verdes decidió ir en busca de sus hermanas. Emprendió la
marcha hasta el volcán de Sal y, tras remontarlo, se dirigió al pantano de las
Sombras; en aquel rincón miserable era en donde habitaba su especie: un sitio
sin vegetación y, lo peor de todo, adonde el sol nunca se asomaba. Al llegar, la
lagartija de todos los verdes reunió a su pueblo y le habló del valle de los
Cocuyos. Sin vacilar, las demás la siguieron. Días después, miles de lagartijas
invadieron el valle de los Cocuyos y se instalaron para siempre allí, bajo la
eternidad del sol.
Jerónimo se quedó pensativo al terminar la historia de las lagartijas. Miró el río y
sus alrededores, donde las tortugas tenían su universo de lentitud. Sus ojos
verdes recorrieron sin prisa las imágenes grabadas en las tortugas que le
rodeaban.
—Los pájaros rojos, la llegada de las lagartijas al valle... —pensaba el niño.
—El valle... la historia del valle... —siguió repitiendo en su cabeza.