Page 137 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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—La has condenado a un final terrible e indescifrable —reprochó el Príncipe

               Verde, haciendo que la emoción del mago se desvaneciera y, de paso, mostrando
               su capacidad para estropear los momentos grandiosos de los demás.

               —¿Sabes? —le respondió Rigardo—, si el corazón que amará Anjana tiene en

               sus requisitos la inteligencia, ten por seguro que estarás vivo para cuando
               termine la novela.

               —¡¿Qué…?! —exclamó estupefacto el Príncipe Verde.


               Puck y yo, que sólo habíamos sido meros espectadores, no pudimos contener
               una carcajada que puso de buen humor a la esfinge. Rigardo siguió su plática
               con Anjana:


               —Si aprendes a ver lo que los demás apenas vislumbran, tendrás un final propio,
               el cual decidirás por ti misma si será feliz o no. Y ahora, querida niña, es tiempo
               de partir, pues si te digo más cosas estaría rompiendo un tabú mágico, y eso

               podría alterar el curso de esta historia. Por cierto, agradecería que tú y tu amigo
               no dijeran ni una palabra de lo que acabo de contar sobre mis padres, salvo que
               quieran comprobar mi puntería al lanzar rayos a la cabeza de quienes hablan de
               más. Según mi madre soy sobresaliente en manipulación energética avanzada —
               me sentí tan incluido en ese comentario, que me limité a contemplar la esfinge,
               que comenzaba a quedarse dormida con las caricias de Rigardo.


               —Pero aún no sé cómo hallar la fuente del fuego eterno que se aviva con el
               miedo.


               —Me parece que el señor Raki estaba a punto de retirarse —dijo Rigardo—.
               Creo que es una excelente compañía. Deberías de considerar pedirle consejo,
               darle algún papel en tu historia y, de paso, ayudarlo a cumplir su sueño; bien
               podría valer la pena.


               El mago se encaminó hacia la estancia, el gnomo lo siguió de muy buen talante,
               la esfinge echó a volar y yo fui detrás de ellos. De lo que Anjana y el Príncipe
               Verde hablaron o hicieron en los dos minutos que tardaron en alcanzarnos,
               quizá sólo las flores de la llanura próxima podrían dar razón, pero nunca les he
               preguntado, pues me disgustan las criaturas vanidosas.


               En el recibidor, notamos que la bola de cristal estaba totalmente negra. El
               gnomo palmeó en la espalda al mago para darle ánimos. Al parecer, nuestro
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