Page 134 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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—Lo sé, pequeña, pero no puedo verlo con mis ojos ni compartir con ellos esa
gloria. Un voto de magia mística es tan inquebrantable como el hechizo de un
mago, así que resulta imposible alejarme por mucho tiempo de Rigardo, y mi
pueblo es temeroso a causa de la opresión que ha vivido, así que no nos han
permitido acercarnos a ellos. Por otra parte, lo que hice constituye una grave
falta al honor de los gnomos, y se castiga con el exilio. Además, aunque respetan
al mago oscuro, no confían en él ni en nadie como para dejarnos entrar a la
ciudad oculta de los gnomos, donde ahora moran en paz y libertad. Todo indica
que donde estoy ahora es mi sitio.
—Pero…
—A veces, princesa, ganar la libertad para otros es suficiente recompensa de
vida. No siempre es necesario participar de esa gloria para estar en paz.
—Oye, no puedes quejarte de que te trato mal —refunfuñó Rigardo.
—En lo absoluto. Pero con el mal genio que tienes a veces… —dijo el gnomo,
sin terminar la frase. Usó un tono jocoso que sacó a ambos una carcajada y le
impidió finalizar su idea.
Todo era raro en aquel momento: mago y gnomo reían de chistes privados,
incomprensibles para los demás; los príncipes trataban de encontrarle sentido a
la situación, y yo bebía mi tercera taza de claro de luna mientras contemplaba
las piruetas elaboradas de la esfinge.
Rigardo, que parecía ser un telépata, se anticipó al Príncipe Verde y le dijo:
—Respecto a tu corazón, el valor que éste jugará en la historia de Anjana
depende más de ella que de mí, pues el corazón de su ser más amado es el que
deberá superar la prueba. Y la respuesta sobre quién es el dueño del mismo se
encuentra en el de la propia Anjana.
La princesa, que había comprendido bien las palabras del mago, se ruborizó y
comenzó a mover los pies nerviosamente. Tras un silencio prolongado, Anjana
hizo una de las preguntas que la habían llevado hasta allí:
—¿Puedo saber por qué haces esto?
—¿Qué? —respondió con una pregunta el mago.