Page 129 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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demandó silencio con un siseo. Los tres miramos atentos la escena.
En efecto, el Príncipe Verde se llevó la mano derecha a la empuñadura de la
espada, por lo que temí tener que convencer al gnomo de permitirme
acompañarlo a dar sus paseos, pues jamás me había topado con una sola pluma
de fénix. Mis manos comenzaron a sudar cuando la esfinge les lanzó su rugido.
Entonces pasó: Anjana se interpuso entre el príncipe y la monumental criatura,
y con una voz bastante firme respondió la pregunta que aquélla le había
formulado:
—He venido a ver al mago oscuro Rigardo. Necesito hablar urgentemente con
él.
La esfinge, dubitativa, miró a Anjana con fijeza. Sus ojos adquirieron de nuevo
ese color amarillo que atemorizaba un poco, pero que resultaba fascinante.
—Bienvenida, princesa Anjana, llevamos muchos años esperándola.
El Príncipe Verde no daba crédito. Anjana sonreía como una adolescente
enamorada y la esfinge miraba recelosa al joven.
—Y tú, ¿a qué has venido? —preguntó de nuevo con su voz metálica.
El príncipe miró a Anjana, después el piso y, finalmente, a la esfinge. Contuvo la
respiración por un momento y su rostro adquirió un color cercano al rojo. Se
veía ridículo, parecía un tomate con un tallo muy largo. Con los ojos cerrados, y
en forma atropellada, dijo a gran velocidad, a una casi ininteligible, para ser
honestos:
—He venido a entregarle mi corazón al mago oscuro Rigardo a cambio de un
final feliz para Anjana.
La esfinge no disimuló su desconcierto; al gnomo pareció desencajársele la
mandíbula; Anjana abrió los ojos como si le hubieran lanzado un nuevo
hechizo; Rigardo se quedó petrificado, y yo calculé el valor que tendrían en el
mercado negro del bosque dos plumas de fénix y una poción de “No me
olvides”.
Anjana, dejando de lado a la esfinge, que parecía haber olvidado su diálogo, se
acercó trémulamente al Príncipe Verde, quien continuaba ruborizado, pero de