Page 125 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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—Que los dejé por allá —repetí señalando de nuevo la bruma y comenzando a

               creer que la maldición contra la princesa podría haber afectado su inteligencia,
               su capacidad auditiva y las de quienes estuvieran a su alrededor; así que,
               discretamente, di un paso atrás.


               —¿Cómo es eso posible? —preguntó el Príncipe Verde.

               —Así: dejé atrás mis sueños más próximos, pensé en los que seguían y avancé.


               Los príncipes no parecían entender ni una palabra, así que les expliqué y, de
               paso, les di mis argumentos para defender a un mago que yo creía honorable:


               —La magia en verdad poderosa, como la que practica Rigardo, es siempre
               honesta. En cuanto a la barrera, ésta claramente ocasiona que tus sueños más
               próximos te abandonen, por lo que simplemente tienes que dejar de aferrarte a
               ellos y avanzar, como ocurre en la vida. A veces se quiere una cosa, pero si no se
               consigue es inútil detenernos a lamentarlo, pues dicho dolor nos paraliza. Hay

               que saber desprenderse y seguir adelante.

               ”Es obvio que el mago Rigardo es una ilustre persona, sin ninguna treta bajo la
               manga, a quien le agradan las visitas que pueden ver más allá del mañana, y

               cuyos sueños no se estanquen ante una imposibilidad inmediata. Por lo que,
               jovencito —me dirigí al Príncipe Verde—, lo conmino a que la próxima vez que
               se exprese sobre el mago, lo haga con la propiedad debida. No es insoportable,
               sólo que no tolera a la gente tonta; de ello a la soledad, prefiere lo segundo,
               estoy seguro.


               Tras decir eso y devolverles sus cosas, hice una elegante reverencia y seguí mi
               camino hacia la mansión del mago. Desde donde estábamos, ya se veía el
               elaborado diseño que remataba las columnas de mármol.


               Los príncipes, todavía atontados, tardaron un rato en comprender mis palabras.
               Y yo, que no tenía ganas de esperar, avancé.


               Como había escrito el mago Rigardo, una enorme y preciosa esfinge sobrevoló a
               mi llegada y se plantó ante mí mostrando sus fauces, ligeramente intimidantes,
               pero que dejaban ver unos dientes muy bien cuidados, por lo cual valoré más el
               buen gusto y la minuciosidad de mi anfitrión. Después de emitir un gruñido
               terrible, que supongo pretendía asustarme, pero que sólo me permitió apreciar
               el buen aliento de su boca, la esfinge me preguntó con solemnidad:
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