Page 122 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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P. D. No se desanime. Estoy seguro de que habrá un escritor que sepa retomar
               su talento y habilidades, aunque le recomiendo que sopese bien lo que implica
               la fama.






               Así las cosas, creí que aquélla sería una buena oportunidad de acercarme, junto
               con los dos personajes verdes, a la casa donde se me había ofrecido una infusión
               de claro de luna, que moría por probar.


               Caminé detrás de la pareja y, como solía ocurrir, no pudieron verme, a pesar de
               ir bastante cerca de ellos, pues el conveniente tamaño de los arbustos lo
               impedía. De ese modo, y sin afán alguno de conocer detalles de su vida, sino
               más bien porque caminábamos bastante cerca y en la misma dirección, me fui
               enterando de asuntos de lo más interesantes para mi curiosidad:


               —¿Crees que funcione? —preguntó ella.


               —No lo sé, pero hoy tiene que ser el día. El año entrante traerán al Príncipe Azul
               a ultimar detalles, así que es de suponerse que la maldición esté próxima a
               cumplirse.


               Yo no dejaba de pensar en la terrible costumbre que había en nuestro mundo de
               que las princesas se casaran con fulanos que habían visto, si bien les iba, una
               sola vez, pero siempre pasaba así. Era clásico leer frases como: al cumplir los
               quince, los dieciséis o los diecisiete años… ¿A ningún escritor se le ocurría

               pensar que eran demasiado jóvenes como para estar seguras de querer pasar el
               resto de sus vidas con un tipo? ¿Y si al príncipe en cuestión le olía mal la boca?
               Porque en nuestro mundo nunca se leyó que el negocio de las pastas de dientes
               fuera muy próspero, pero lo mejor es ya no pensar en eso.


               El caso es que continué escuchándolos, no por andar de metiche, sino porque
               ellos no parecían esconder sus intenciones; de otro modo habrían hablado en
               voz baja:


               —¿Y si la esfinge te hace daño?

               —Deja de pensar en eso, Anjana. Yo no tengo una historia y tú sí. Así que
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