Page 126 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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—¿A qué has venido?


               —A tomar una taza de claro de luna con el mago Rigardo —respondí sonriente.


               Los grandes ojos amarillos de la esfinge brillaron y, tras un momento tenso, que
               aproveché para alisar un poco mi camisa, dijo de buen talante:


               —Bienvenido, señor Octavo Enano.


               La esfinge me sonrió y regresó al techo de la mansión para recostarse. Era tan
               hermosa que bien podría pasar por una estatua. Yo apenas lo creía: al fin estaba
               en la casa de quien perfilaba a convertirse en uno de los magos más célebres de
               nuestro mundo. Además, comenzaba a gustarme que me llamaran “señor”.


               Antes de tocar la puerta, ésta se abrió por sí sola; lo tomé como una invitación y
               entré a una de las estancias más increíbles que jamás había visto. Todo era
               blanco con detalles en mármol negro; candelabros de plata finamente
               elaborados alumbraban el lugar; un espejo encantado en forma circular
               coronaba la pared principal del recibidor; en él pude ver el reflejo del sueño que
               yo había dejado al entrar a la barrera y éste regresó a mí. En medio del salón
               había una mesa con una esfera de cristal al centro. En ella vi, detrás de un

               arbusto, al Príncipe Verde y a la princesa Anjana escudriñar la casa y mirar
               aterrorizados a la esfinge. Por un momento lamenté que ambos se estuvieran
               manchando la ropa, pues de lograr llegar con Rigardo lo harían con menos
               elegancia de la requerida.


               Unas risas interrumpieron mis cavilaciones sobre los príncipes. Por un enorme
               arco con detalles de plata entraron a la sala Rigardo y un gnomo muy elegante;
               ambos parecían compartir algún chiste. Al pasar junto a la esfera de cristal,
               Rigardo le dio un vistazo, y antes de saludarme oficialmente, dijo con cierto
               aburrimiento:


               —Me pregunto si algún día llegarán. Llevamos años esperándolos.


               Tras decir esto, sonrió e hizo una reverencia.


               —Sea bienvenido a mi casa, estimado señor Octavo Enano. Éste es Puck, Señor
               de los Gnomos y heredero del Trono de los Árboles Eternos.

               La imagen era muy agradable. Parecían un par de niños que compartían un
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