Page 128 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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Al fin, Anjana y el Príncipe Verde salieron de su arbusto. En sus cabezas había

               hojas y diminutas ramas. Mentalmente me propuse acicalarlos antes de
               permitirles llegar hasta el elegante joven que tenía enfrente, quien lucía un traje
               oscuro, a la medida, con una capa de terciopelo que parecía hecha del cielo
               nocturno. Un gran anillo con un ágata al centro añadía todavía más elegancia y
               equilibrio a su atuendo.


               —Y ahora van a pretender atacarla —predijo Rigardo con fastidio cuando vimos
               a la esfinge posarse ante los príncipes. Parecía la crónica anticipada de una
               tragedia—. Te apuesto dos plumas de fénix a que el torpe ése desenfunda la
               espada.


               —No es de buen gusto apostar, mi señor —sugirió el gnomo.


               —No me llames así. Y no tiene nada de malo hacerlo. En todo caso, ¿qué más te
               da si cada vez que sales de paseo te encuentras esas plumas? Tu suerte es única.


               El gnomo puso un instante los ojos en blanco y luego miró la escena con
               atención. Yo contuve, hasta donde me fue posible, las ganas de entrar a la
               apuesta del mago, pero al final dejé escapar una contraoferta.


               —Dos plumas de ave fénix y un frasco de poción de “No me olvides” a que la
               princesa Anjana lo detiene antes de que ataque.

               Los ojos de Rigardo brillaron extasiados y, gustoso, me estrechó la mano.


               Aunque su mente aguda no descansaba ni cuando se divertía.


               —¿Cómo sabes que puedo conseguir una poción tan peculiar? —me interrogó.


               —Intuición, mi señor.


               El mago sonrió maliciosamente e intercambió una mirada con el gnomo:


               —Te dije que era astuto —le comentó al gnomo, y después se dirigió a mí—:
               Llámame Rigardo, por favor.


               —Con gusto, si tú me llamas Raki.


               Un pacto de confianza quedó cerrado. El gnomo, quien parecía no parpadear,
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