Page 163 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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menos era más gracioso que ella.
—Bueno, Raki, ya puedes sacar la cabeza —le dije.
—La verdad es que no, pues estoy atorado.
No pude evitar reírme; ésa fue la primera vez que lo hice. Era tan extraña esa
sensación, como si la alegría entrara en mi cuerpo y lo sacudiera. Decidí
ayudarlo: tomé al enano no tan enano por el cinturón y tiré, cuan delicado pude
hacerlo, con mis dientes hacia arriba. Pero luego de dos o tres intentos pasó
algo insólito: Raki, el Octavo Enano, dejó escapar una terrible flatulencia que
dio directo en mi nariz, por lo que, sin ninguna delicadeza, jalé de golpe y lo
arrojé en medio del lago. La pestilencia era peor que la oscuridad de las noches
sin luna.
Cuando Raki salió del agua y se acercó a la orilla, se limpió los ojos y comenzó
a gritar como un demente:
—¡Quien quiera que seas, corre, que aquí hay un dragón, de ésos que se supone
están extintos!
—¡No seas tonto!, los dinosaurios son los que están extintos. Mi pueblo sólo
abandonó el Mundo de los Cuentos de Hadas —le grité.
Al escuchar mi voz dejó de correr, se dio la vuelta con lentitud y pareció
quedarse petrificado en la orilla del lago.
—Creo que no me vas a dejar llevarme las flores, ¿verdad? —preguntó
sonriendo avergonzado.
El tercer encuentro, el definitivo
Cuando la eternidad es el destino, las décadas o los siglos no son sino un
instante. Pero no por ello fue menos inquietante aguardar a la joven que acudió
al corazón de mi valle, montada en el lomo del topo ultragigante (que al percibir
mi presencia huyó), y en compañía de un joven de color verde y del Octavo