Page 46 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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Tras leer aquella carta —y luego de hablar con la reina y asegurarse de que ella
no aceptaría entrar en algo tan macabro—, el rey optó por dejar en sus manos
aquellos procesos mágicos. Por su parte, él se encargaba de mantener las cosas
tranquilas en el reino y de preparar sorpresas que relajaran a su esposa de
aquella presión.
El rey organizó un concurso de jardinería, que dotó al palacio de las flores más
hermosas que jamás se habían visto, y que daban variedad a las peculiares
ensaladas de la reina.
Mandó traer del lago cercano una parvada de cisnes, que tuvo que cambiar por
flamencos rosados porque a la reina le recordaban el cuenco de plumas con
sangre de unicornio; así que también reemplazó los unicornios que había puesto
en los jardines privados de la reina por una ninfa que aceptó pasar ahí unas
vacaciones a cambio de que los gnomos de palacio le hicieran un espejo que la
reflejara más hermosa de lo que ya era. La reina se sintió complacida con el
sabor de las nuevas flores, admiró los flamencos y pasó tiempo con la ninfa,
pues fantaseaba con que su hija fuera tan bella como aquélla.
El rey estaba optimista. Según sus cálculos, nada podía fallar con todas las
precauciones y rituales que la reina hacía, y menos si se consideraba que había
cincuenta por ciento de probabilidades a favor. Así que, conforme crecía la
barriga de la reina, las ilusiones de tener en sus brazos a su heredera también
aumentaban.
Aquélla había sido la mejor época de su relación, lo más cercano al “felices
para siempre” que habían estado. El rey llegó a pensar que el bebé que
esperaban era lo que faltaba para que el “amor a primera vista” entre él y la
reina se consumara.
De vez en cuando él salía solo para internarse en la bruma del Bosque de los
Personajes Olvidados, y a los pocos días regresaba con algún regalo exótico
para la reina: ramos de flores que brillaban al anochecer, piedras que se movían
lentamente y formaban montículos al contacto con el sol; un zorro dorado que
cantaba, y al que la reina tomó como mascota, aunque seguido tenía trifulcas
con los conejos blancos que ella llevaba en el regazo la mayor parte del tiempo.
Días previos al parto, los reyes sostuvieron una conversación a puerta cerrada