Page 58 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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emplearía ese don y nadie se enteraría. Si le preguntaban por él, ya se

               inventaría algo según las aptitudes de la niña.

               —De acuerdo —aceptó el hada.


               —¡Muchas gracias! —respondió la reina con lágrimas en los ojos.


               El hada se elevó por los aires, formó un círculo alrededor de la niña, propinó un
               golpe a su varita de encino y dijo con voz clara:


               —Que este don que yo te doy te lleve a donde nadie jamás ha llegado, que
               cumpla tus sueños y encamine tus pasos. Dulce niña, yo ofrezco la más rara de
               las magias para ti.


               Un par de chispas plateadas salieron de la varita y chocaron entre sí, formando
               un halo alrededor de la niña. Su madre cerró los ojos en ese instante y dejó
               escapar una lágrima. Su padre lanzó un suspiro de melancolía, testigo de la
               plática entre la reina y el hada; mientras que Puck hizo una mueca llena de
               amargura tras negar con la cabeza.


               Un estruendoso aplauso estalló en el salón: todo era fiesta y color. La gente
               estaba feliz. El hada voló con delicadeza hacia la reina quien, sin decir palabra,
               extendió la palma de la mano, sobre la que el hada colocó su varita. Salieron
               tres chispas: una verde, una amarilla y una violeta. Entonces la reina sufrió un
               ligero desvanecimiento y rápidamente fue recibida por los brazos de rey. En

               medio de la algarabía, nadie pareció notarlo. Casi inconsciente, la reina dijo
               con voz trémula:


               —Gracias.

               El hada hizo una reverencia y salió disparada hacia el gran candelabro
               principal. Desde allí lanzó una lluvia de mil chispas plateadas y rosadas que se

               convirtieron en pétalos de muchos tonos que, cual confeti, flotaron en el aire.

               Desde aquel día, el cabello de la reina dejó de brillar; ya nadie la oía cantar en
               los jardines y sus delicados movimientos se volvieron torpes: era común que se

               comentara que alguna pieza de la vajilla había caído de sus manos en medio de
               algún banquete real. Sólo el gnomo Puck se dio cuenta de que los pétalos
               mágicos del hada habían servido como distracción para que ningún asistente
               notara que la sombra que empañaba la mirada de la reina se había evidenciado
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