Page 63 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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más terrible de las maldiciones; la prueba más difícil de superar, una que sólo el

               amor verdadero, el más puro, podrá vencer; es decir, una que probablemente no
               será superada, dada la naturaleza de los hechos que cobijan el nacimiento de la
               princesa.


               —No eres bienvenido aquí —lo encaró el rey.

               —Lo sé, y como supuse que eso sería un inconveniente —respondió Rigardo,
               observando desdeñoso las uñas de su mano derecha—, he venido con la mejor

               intención: dar también un regalo a su hija.

               El rey desenfundó su espada, seguido de toda su guardia, y de cuanto caballero
               había en el salón.


               —¿Acaso es una broma, su majestad?


               Rigardo se mostraba casi divertido al ver las afiladas espadas que apuntaba en
               su dirección. Dio un vistazo a la sala y, acto seguido, con un elegante
               movimiento de su mano derecha, transformó cada espada en una escamosa
               serpiente de ojos amarillos.


               Los gritos inundaban el lugar. El mago avanzó con paso seguro hacia la
               princesa, que estaba en los brazos de su madre. Cuando el rey intentó frenarlo
               se vio repelido por una barrera invisible. Las serpientes reptaban sobre la
               gruesa alfombra y aterrorizaban a la multitud. Un ligero movimiento de cabeza

               de Rigardo bastó para derribar al rey cuando éste intentó detenerlo por segunda
               vez.


               La reina, cuyos ojos parecían más sombríos que nunca, no intentó apartarse,
               pues lo sabía inútil. Sólo besó a la princesa en la frente y comenzó a cantarle.
               Por primera vez, su voz se escuchaba desafinada y un poco gangosa, pero a
               pesar de ello, a la princesa pareció fascinarle aquel sonido.


               A un palmo de distancia entre la reina y Rigardo, el terrible mago-niño, Puck, el
               gnomo, se interpuso entre ellos y, sin más, se postró ante el mago; todo bajo la
               mirada expectante de la concurrencia.


               —¡Apártate, noble criatura! —ordenó Rigardo—. Resulta ya bastante humillante
               ver a tu pueblo en situación de servidumbre dado el valor en sus corazones. No
               sumes ahora un acto heroico contra lo inevitable como agradecimiento por una
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