Page 81 - El secreto de la nana Jacinta
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En ese momento las campanas del convento de San José comenzaron a repicar.
               En la capilla de aquel recinto, Soledad estrechaba junto a su corazón la perla que
               Jacinta le había regalado el día anterior. Llena de paz, volvió los ojos hacia la

               imagen de la Virgen, a quien le había ido a rezar. Con júbilo y alegría, y llena de
               amor, Soledad descubrió que la Virgen le sonreía, guiñándole un ojo.

               En la casa de los marqueses de Villaseca también Bernardo disfrutaba de los

               poderes de su perla preciosa. Allí, la que sonreía no era la Virgen, sino Jacinta
               misma, quien, feliz, le guiñaba el ojo a su niño. Sin duda, aquella mañana
               Bernardo había recibido el mejor tesoro que nadie le hubiera podido dar jamás.
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